Centro. En los alrededores del parque La Victoria, muchas de las trabajadoras sexuales pasan de los 50 años.

Abuelitas y aun prostitutas

Salud. El sexo durante la adultez mayor mejora la condición física. “Es como hacer un cardio, pero de sexo”, apunta el sexólogo Rodolfo Rodríguez.

Titubea. Una sonrisa cándida de dientes encaramados se abre entre las arrugas de sus mejillas. Maquilla su edad, aunque en su piel cuarteada hay más años. Dice que tiene 70, de los cuales 53 ha dedicado a la prostitución y al sexo casual.

La Gata tuvo su primer orgasmo a los 13. Su primer esposo, también. A los últimos, orgasmo y esposo, no los recuerda. Nadie la ha gobernado, recita con su altivez intacta, que no se ha marchitado con los años.

Por eso sigue siendo prostituta, aunque sea abuela de nueve nietos, y los que ya son adolescentes le hayan sugerido jubilarse. Sigue trabajando, reitera, porque valora su independencia. No hay día en que se quede en casa.

Sale del noroeste de Guayaquil a la hora que quiere. Se toma su tiempo para maquillarse los párpados de un azul eléctrico que resalta sus ojos color miel. La boca, siempre teñida de fucsia. Ha dejado de colocarse base en el rostro porque ya no hay cosmético que oculte los pliegues de sus años.

Su rostro es un arcoíris que contrasta con su cabello platinado. Lo tintura de un rubio al que le es imposible disimular las raíces canosas.

No tiene horario de llegada a su lugar de trabajo, los alrededores del parque Chile, en el centro porteño. Todos los días se sienta sobre un cartón desparramado en el mismo portal de la calle Capitán Nájera.

Allí espera a sus clientes fijos. Tiene cuatro. El menor, presume con coquetería, recién cumplió los 18 años. No es la única trabajadora sexual en el lugar. Tampoco es la única que ha pasado los 60 años. De las aproximadamente 10 meretrices que se pasean por la zona a diario, la Gata es la mayor. El resto fluctúa entre los 40 y 65 años.

De hecho, el corazón de Guayaquil alberga a prostitutas adultas mayores en las calles Machala, Colón, 10 de Agosto, Pío Montúfar y Quito. Su punto de encuentro es el parque La Victoria, en la Quito. “Allí hay más, pero ahí sí es más peligroso”, advierte la Gata sobre este último lugar, sobándose el nombre de un exnovio que tiene tatuado en su mano derecha.

En esa intersección aparecen y desaparecen. A veces no hay ni una. Otras, están de tres a cinco, agrupadas con las más jóvenes. Se camuflan entre el alboroto comercial. Pero todos saben quiénes son las abuelitas prostitutas.

Faldas, shorts o licras que se ciñen a piernas ajadas. Rostros añejos. Bisutería como letreros de neón. Carteras pequeñas, cruzadas en el pecho. Caminan un par de pasos o se acomodan en las veredas.

Si contar cuántas trabajadoras sexuales entran y salen de los prostíbulos a diario es difícil, establecer un número de adultas mayores que se dediquen a este oficio en Guayaquil es imposible, advierte José Ochoa Freire, presidente de la Federación Nacional de Centros de Diversión para Adultos del Ecuador.

Pero las hay, la mayoría en las calles, porque su ingreso a los establecimientos es restringido. Ochoa justifica que solo se aceptan chicas hasta los 35 años, porque “lamentablemente, si llega alguien mayor, las demás chicas se burlan y es una humillación para ellas. Esto es así”.

A la Gata le da igual. Aunque la dejasen no volvería. No le gustaba trabajar en burdeles, aunque durante muchos años fue una de las mujeres más bellas y codiciadas de El Gato Negro y El Gema, prostíbulos que ya desaparecieron.

Se acostumbró a escabullirse, desde los 17 años, en las kermeses, que eran los bailes donde ‘en sus tiempos’ se encontraba a chicas para tener sexo pagado. A ella, nadie la metió a trabajar en esto, y nadie la sacará.

La Muñeca la escucha ensimismada. Es su mejor amiga de la calle. Tiene 50 años y, a diferencia de la Gata, a ella la prostitución le sabe amarga. Lo único que la mantiene allí, tras haberse ‘retirado’ más de mil veces, son sus hijos.

Mientras se maquilla, también sentada en la vereda de Capitán Nájera, está atenta a cada palabra de la Gata. La admira, le gusta su fuerza y su determinación de continuar trabajando, pero le aterra pensar que su vejez la reciba siendo prostituta.

La Gata, en cambio, no piensa en el retiro. Lo único que le molesta son las extranjeras, porque hay más competencia. De ahí, nada. La edad no es un impedimento para ella. “Uno tiene sus secretos”, alardea jugando con su pelo corto y precisa que ese secreto es la experiencia.

Quienes las buscan, lo hacen porque ellas les dan más atenciones que las jovencitas. Saben cómo hablarles, cómo seducirlos, cómo moverse, se defienden. “Cada quien busca lo que le gusta”, resume.

La Muñeca se rocía un splash que huele a jazmín y perfuma el portal. Habla de la libertad que les da la calle. Es otra ventaja. Por los diez dólares que cobran en cada encuentro, pueden alargar o acortar el tiempo. No se rigen a las normas de los prostíbulos.

Hoteles y hostales en el centro de la ciudad le abren sus habitaciones al sexo. En los alrededores del parque, por ejemplo, hay cuatro que usan la Gata y la Muñeca.

Por eso esta última prefirió la calle. También su edad la fue alejando de los ‘night clubs’. No toleraba el menosprecio. Allí, dice terminando de embadurnar sus labios de rojo, quienes las insultan al menos son personas ajenas a su labor y no sus colegas. Duele menos.

Mira a la Gata, ahora con sus pestañas cargadas de rímel, y le dice que algún día se irá de allí para ponerse un comedor.

La casualidad le saca una sonrisa a la rubia de ojos claros. Si no hubiera sido trabajadora sexual, le habría gustado ser cocinera. Nadie hace un tallarín más rico, bromea. Ríe y los dientes chuecos vuelven a aparecer.

El gesto ya no oculta una mentira piadosa. Se levanta de su cartón y se acomoda la licra. Ninguno de sus clientes fijos llegó. Igual está contenta. Confiesa, sin titubear, que tiene más de 70, “por ahí unitos más”.

“Resultan atractivas en el mundo erótico”

Rodolfo Rodríguez, vicepresidente de la Sociedad Ecuatoriana de Sexología y Educación Sexual, explicó a EXPRESO que las prostitutas adultas mayores cautivan a un grupo específico de personas que las encuentran altamente atractivas sexualmente.

“En ellas tienen mucho que ver los gestos, la mirada, la vestimenta y cómo actúan con el cliente. Suelen dar lo que el cliente busca: experiencia”, precisa Rodríguez.

Esta experiencia, detalla el especialista, les hace tener un mejor control de la musculatura pubocoxígea, dando más placer a sus clientes.

“La mujer de la tercera edad resulta muy atractiva cuando sabe manejar los recursos que tiene”.