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Esa es la dirección del Fondo Monetario en Washington. Ecuador requiere para equilibrar sus finanzas públicas aproximadamente $11,3 millardos en 2018, los cuales, juntando el medio con el real, acudiendo a financiamiento interno (como el que proveyeron entidades públicas al Gobierno hace pocos días), logrando mejores ingresos por la subida del precio del petróleo y recibiendo ciertos préstamos externos, no será posible alcanzarlos de no mediar varias decisiones. Desde luego que la primera medida, la lógica, es reducir el gasto público.

El problema básico con el gasto corriente, particularmente el de sueldos, que representa un poco menos del 9 % del PIB, es que no es posible reducir los salarios, por tanto se debe reducir el número de personas laborando en el sector público. En el pasado se han hecho intentos, pero la indisciplina pública termina convirtiendo las decisiones en pasadas a la ecuatoriana, nombrando asesores en lugar de funcionarios. En el corto plazo, tampoco aquello es posible sin recursos para el pago de la cesación de labores. Lo otro, lo que no resiste discusión, es que si no se desea profundizar el enfriamiento de una economía que depende muchísimo del gasto público, hay que lograr más endeudamiento. En ese escenario el FMI parece ser una posibilidad cada vez más cercana.

La multilateral no va a hacerle la vida fácil al país en cuanto medidas. Sin duda va a exigir cambios en la política laboral, buscando flexibilizar el mercado. Buscará una reducción y focalización del subsidio a los combustibles, que hoy le quita más del 3,6 % del PIB al erario público. Condicionará disciplina para no recurrir a préstamos temporales del Ministerio de Finanzas al Banco Central y a otras entidades públicas, y desde luego dejar de succionar al IESS y Biess toda la liquidez que puede ir al mercado de valores para reactivar la economía.

Parece ineludible ir al FMI por ayuda financiera, pero no hay que olvidar subir el presupuesto de gases lacrimógenos y escudos resistentes para la Policía, porque en este país a nadie le gusta pagar la cuenta de las farras de otros.