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El presidente de Colombia, Gustavo Petro, habla en la plaza de Bolívar, en Bogotá (Colombia).EFE

Petro, el cerco se cierra

#ANÁLISIS: Latinoamérica podría estar a punto de arder. No por los pueblos que buscan justicia, sino por sus tiranos

Mientras Washington aprieta el cerco sobre Nicolás Maduro, una sombra idéntica comienza a proyectarse sobre Gustavo Petro. Lo que en un principio parecía solidaridad ideológica se ha transformado en un riesgo personal: al defender al régimen venezolano, el presidente colombiano no solo desafía a Estados Unidos, sino que pone en entredicho su propio equilibrio político.

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El episodio que encendió la mecha fue el ataque de Estados Unidos a una embarcación en el Caribe, donde murieron varios tripulantes que el gobierno colombiano identificó como nacionales. Petro denunció el hecho y aseguró que el barco era colombiano, con ciudadanos colombianos a bordo. Durante horas, el relato oficial lo presentó como un acto de agresión imperialista contra pescadores indefensos. Sin embargo, los primeros reportes filtrados mostraron otra historia: el supuesto pescador no era tan inocente. Su embarcación había sido rastreada en rutas de narcotráfico. Detrás del drama humano aparecía la vieja geografía del negocio ilícito.

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Desde entonces, el discurso del mandatario comenzó a sonar más a desafío que a diplomacia. En Washington tomaron nota, y cada palabra suya se empezó a leer con lupa: las alusiones a la “invasión estadounidense”, las defensas a Maduro, los silencios frente a las denuncias de tráfico de oro y cocaína. Petro, sin proponérselo, se convirtió en la bisagra incómoda de un tablero que ya no admite neutralidad.

Luego vino la entrevista con Daniel Coronell para Univisión, en la que, visiblemente alterado, aseguró que la droga “sale de Ecuador, desde Manta”. El periodista, sorprendido, le recordó que él mismo había visitado esa ciudad meses antes. El intercambio fue tan absurdo que rozó lo tragicómico: un presidente que pretende redibujar el mapa del narcotráfico latinoamericano en medio de un delirio verbal. Fue la escena de un líder que se escucha más a sí mismo que a su país.

El problema de Petro no es de estilo, sino de fondo. Al defender a Maduro, se alinea con un régimen acusado de sostener redes de narcotráfico, corrupción y represión. Y eso, en la lógica de Washington, lo coloca en el mismo radar. Estados Unidos ya no actúa solo con sanciones: tiene bases en el Caribe, operaciones navales y una estrategia que mezcla la seguridad con la geopolítica. El mensaje es claro: cortar las rutas del poder que financian al chavismo.

Habla de soberanía mientras se enreda con los peores socios posibles

Petro, en cambio, parece caminar en sentido contrario. Habla de soberanía mientras se enreda con los peores socios posibles. Confunde independencia con aislamiento, valentía con provocación. Se presenta como víctima de una conspiración global cuando, en realidad, es él quien insiste en abrazar a los tiranos de la región en una actitud cómplice hacia un gobierno que ha llenado de refugiados el propio suelo colombiano. Y lo hace con una obstinación casi romántica, como si la historia fuera un poema de redención y no una sucesión de errores que se pagan con países rotos.

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Los escenarios no son alentadores. Si se radicaliza, terminará arrastrando a Colombia a una confrontación innecesaria con Estados Unidos y a una crisis económica que su pueblo no merece. Si intenta un giro moderado, perderá a sus aliados más fervientes y quedará suspendido en el vacío político, sin izquierda que lo respalde ni derecha que lo tolere. En ambos caminos lo persigue la misma pregunta: ¿por qué arriesgar tanto por defender a Maduro? Tal vez porque, en su lógica, desafiar a Washington vale más que gobernar bien.

Mientras tanto, el Caribe se militariza, los radares estadounidenses detectan cada embarcación sospechosa y la tensión aumenta. Detrás del ruido, lo que realmente se cierra no es solo el cerco sobre Maduro, sino sobre un continente que parece no aprender. Los mismos caudillos que prometieron liberar a los pueblos los tienen presos de sus delirios. Y cada error de Petro, cada exceso de Maduro, cada silencio cómplice de sus aliados acerca un poco más a la región a su propia combustión.

Latinoamérica podría estar a punto de arder. No por los pueblos que buscan justicia, sino por culpa de sus irresponsables tiranos, que confunden patria con poder, historia con venganza y revolución con impunidad. Si algo enseña esta crisis es que los incendios políticos no empiezan con pólvora, sino con ego. Y en esta hoguera, Petro parece dispuesto a echar más leña de la que su país puede soportar.

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