Debate, no propaganda

El debate presidencial, pese a lo lento y áspero de tener a 16 candidatos lanzando sus propuestas sin apenas dialéctica, sirvió para asentar posiciones de los menos conocidos. Para la segunda vuelta, es innegociable otro cara a cara.

Pese a lo lento, áspero y superficial que resultó el debate presidencial entre los 16 candidatos, en cualquiera de sus tres ediciones incluso con el esfuerzo de Andrea Bernal, ese espacio tuvo impacto en el voto. No para los que tenían el voto ya decidido, pero sí para aquellos que no se sentían cómodos con ninguna de las dos opciones que, entonces, se presentaban como mayoritarias.

El candidato de Izquierda Democrática, en su estreno en política, aprovechó la convocatoria para plantar cara de tú a tú -y no como novato que pide permiso para hacerse un hueco- ante quien consideraba su rival en cuanto a dispersión de voto. No le fue mal. La campaña en redes sociales -efectiva para unos, repelida por otros- de repente, tomó peso. Lo mismo para el candidato del movimiento indígena.

Había que escucharle de viva voz y verle confrontar al correísmo para despejar las dudas sobre la cercanía de su movimiento con un régimen que, en su momento, también fue opresor de sus representantes.

En definitiva, el debate sirvió más que la propaganda. Al ciudadano le llegan los mensajes defendidos en vivo y no los pagados. La segunda vuelta requiere un nuevo cara a cara. Es innegociable.