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Viteri mató el discurso del “éxito”

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Ha sido el suyo un período de gobierno municipal sin ninguna obra de relevancia, ni tan siquiera ha podido completar una troncal de la Metrovía...

En estas elecciones 2023 la alcaldesa Cynthia Viteri, por ser una candidata lanzada a la reelección, representa la continuidad. En estos días esa es una posición incómoda porque esta ciudad, dado lo mal que se vive en ella, necesita un cambio.

Guayaquil necesita un cambio en su división administrativa para una mejor atención con obras y servicios a su población. La actual división por parroquias es heredera de una ordenanza de febrero de 1956. El desfase entre esta ordenanza de 1956 y el crecimiento de Guayaquil ha producido unas gigantes parroquias de expansión urbana, con enormes cinturones de miseria y un alto índice de necesidades básicas insatisfechas, que son el caldo de cultivo de la violencia (de lo mal) que se vive hoy en Guayaquil.

Guayaquil requiere una nueva división por parroquias y que estas sean lo más homogéneas posible en territorio y población.

Una mejor provisión de obras y servicios a las parroquias será la consecuencia de acopiar una información precisa sobre sus necesidades insatisfechas y sus requerimientos para enfrentar el cambio climático. Con esta información se podrán diseñar y aplicar políticas públicas para una provisión digna de las obras y servicios en cada parroquia, con un enfoque verde, inclusivo y sostenible.

Esto implica el abandono, de una vez por todas, de la ideología socialcristiana que dice que la provisión de las obras y servicios se debe hacer según la capacidad económica del beneficiario.

Es decir: lo que se tiene que hacer en Guayaquil es el exacto contrario de lo que se ha hecho en Guayaquil en los últimos cuatro años.

De lo anterior se sigue que la continuidad de la alcaldesa de Guayaquil es indeseable. Ella empezó sus andanzas siendo la desorientada alcaldesa de los tiempos del covid, mientras la gente moría en las calles y no había ni dónde enterrarla. (El clímax de su desorientación fue bloquear la pista del aeropuerto para impedir el aterrizaje de un vuelo humanitario.)

La alcaldesa ha sido testigo impávido del descenso a los infiernos de la violencia en Guayaquil y como torpe consuelo ha insistido en echarle la culpa a otros.

Ha sido el suyo un período de gobierno municipal sin ninguna obra de relevancia, ni tan siquiera ha podido completar una troncal de la Metrovía (la última se entregó hace 10 años; faltan cuatro que debieron estar el 2020).

Pero su notoria ineficacia es poco frente a la vuelta a las corruptelas y al populismo. En su administración abundan las sospechas de corrupción: por los terrenos del exmarido en los alrededores del nuevo aeropuerto, por el negocio de las vallas fantasmas y la aromaterapia, por el sobreprecio en la pintura del proyecto Letras vivas, y la nómina inflada, suma y sigue.

Pero peor ha sido su caída al populismo del gas, el pollo y la cerveza, amparada en un discurso digno del más rancio roldosismo: “El dinero del Municipio es del pueblo, por eso se lo devolvemos al pueblo”. En realidad, estas dádivas son sus manotazos de ahogado.

Entonces, si algo encarna la alcaldesa Viteri, eso es la muerte del modelo “exitoso” de desarrollo, tanto por su notoria ineficacia como por su triste descenso a las corruptelas y el populismo del que se quiso escapar en 1992.