Xavier Flores Aguirre | Un Ecuador colombiano

Ahora como un Estado y con una mayor autonomía, el Ecuador quería seguir siendo parte de la República de Colombia
En su origen, en 1830, el Estado del Ecuador se pensó en pie de igualdad con los otros dos Estados con los que quiso integrar la República de Colombia. El artículo 3 de su Constitución estableció la siguiente regla: “El Estado del Ecuador concurrirá con igual representación a la formación de un Colegio de Plenipotenciarios de todos los Estados, cuyo objeto sea establecer el Gobierno general de la Nación y sus atribuciones…”.
Esta igualdad de representación debió parecer extraña a los Estados de Venezuela y Colombia, porque el Estado del Ecuador era pequeño y poco poblado, y en los tiempos de los españoles no fue una Capitanía General (como Venezuela) ni un Virreinato (como Colombia), sino una Audiencia (de Quito) subordinada a la Audiencia de Santa Fe (Bogotá). Por eso, cuando en el Congreso de Cúcuta (1821) se decidió la incorporación de la Audiencia de Quito a la República de Colombia, varios diputados estimaron irrelevante consultar a su población pues el territorio de la Audiencia de Quito pertenecía ‘naturalmente’ al Virreinato de Nueva Granada. Y así quedó en el texto de la Constitución.
En 1830, el Ecuador quería seguir siendo colombiano. Lo había sido desde 1822, como parte de un distrito (del Sur), gobernado por unos militares venidos del Norte, que en conjunto con los otros dos distritos (del Centro y del Norte, correspondientes a Colombia y Venezuela) formaron la República de Colombia. La propuesta de la Constitución ecuatoriana de 1830 era cambiar el estatus de la subordinación: pasar de ser un distrito de un país centralizado a ser un Estado de un país confederado. Ahora como un Estado y con una mayor autonomía, el Ecuador quería seguir siendo parte de la República de Colombia.
La Constitución ecuatoriana tenía carácter provisorio. Su artículo 5 declaró su subordinación a lo que se decida en el Colegio de Plenipotenciarios: “Los artículos de esta carta constitucional que resultaren en oposición con el pacto de unión y fraternidad que ha de celebrarse con los demás Estados de Colombia, quedarán derogados para siempre”.
Esta apuesta del Estado ecuatoriano era ambiciosa. Quería mantener viva la República de Colombia, ahora en formato confederado; al efecto, en el artículo 3 de su Constitución dispuso a los otros dos Estados su participación en un Colegio de Plenipotenciarios para fijar “por una ley fundamental los límites, mutuas obligaciones, derechos y relaciones nacionales de todos los Estados de la unión”. Y la integración del Colegio se debía hacer con igualdad de representación. Un paso osado dado por el Ecuador: de haber sido ignorado en Cúcuta para formar Colombia a querer participar en igualdad de condiciones para mantener viva a Colombia.
La respuesta de los otros Estados fue la misma que en 1821 en Cúcuta: ignorar a la Audiencia de Quito/Ecuador. Este Colegio de Plenipotenciarios propuesto en 1830 jamás se reunió. Tampoco cambió que los militares venidos del Norte siguieron gobernando, como antes en el distrito del Sur, ahora en el Estado del Ecuador.
Y lo hicieron hasta 1845, cuando la Revolución marcista logró el exilio del general Juan José Flores y la República del Ecuador empezó a ser gobernada por los hijos de su suelo.