Columnas

Dos millones de mentiras

'La verdad es que hasta la tercera semana de marzo se habían realizado en el país algo más de 2 mil pruebas. No 2 mil a la semana, ¡no!, 2 mil desde que el coronavirus entró con fuerza en el país'.

n una reciente entrevista y consultado sobre los mejores protocolos para enfrentar la pandemia causada por el coronavirus, el titular de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, respondió con una frase ya famosa: pruebas, pruebas y más pruebas.

Así este político etíope reconocía los protocolos seguidos tanto por Alemania como por Corea del Sur, que enfrentan la pandemia con pruebas por doquier, para dividir a quienes necesitan ser aislados y tratarlos rápidamente tras haber contraído el coronavirus. Ya sabemos que no hay vacuna, pero en el denominado protocolo francés los salubristas públicos están tratando la enfermedad con dosis conjuntas de hidroxicloroquina y azitromicina.

Alemania hace 180 mil pruebas por semana y Corea del Sur 10 mil al día. No han evitado el coronavirus, pero han logrado controlar el contagio, reduciendo drásticamente la mortalidad de los afectados.

No somos Alemania y tampoco Corea del Sur, pero podemos seguir su ejemplo y así lo entendí cuando las señoras Catalina Andramuño y Alexandra Ocles aparecieron el viernes 20 de marzo para anunciar la llegada al país de 2 millones de pruebas. Me sentí realmente aliviada. Ecuador estaba finalmente reencauzando su política para la pandemia, acabando con esa cuestionada decisión de practicar el test de coronavirus solo cuando los síntomas eran severos. No estoy hablando de pacientes con seguros privados o con recursos económicos para costear las pruebas por cuenta propia. Ya sabemos que esos son la minoría.

En un programa virtual que no llegó a salir al aire, el presidente Lenín Moreno confirmó la llegada de esas 2 millones de pruebas. Dijo que llegarían desde Corea del Sur y que tendrían la capacidad de ofrecer resultados en unos 15 minutos. Pero no era tal, lo habían informado mal. Al presidente, sí. La adquisición de los 2 millones de pruebas jamás se concretó durante la gestión de la exministra, cuya renuncia, un día después del anuncio, desenmascaró la inexistencia de un presupuesto adicional del Estado ecuatoriano para enfrentar la pandemia.

Una disputa vía Twitter se desató enseguida, con el ofrecimiento de mostrar documentos probatorios por parte del ministro Richard Martínez. Tales documentos, como una copia del llamado sistema CURS usado para las transferencias en la administración publica, no llegaron al conocimiento general de los ecuatorianos, abrumados con la emergencia y preocupados por las mentiras.

El nuevo ministro de Salud encaró finalmente el tema, anunciando que los 2 millones de pruebas no eran ciertos. ¿Eran entonces 2 millones de mentiras? La verdad es que hasta la tercera semana de marzo se habían realizado en el país algo más de 2 mil pruebas. No 2 mil a la semana, ¡no!, 2 mil desde que el coronavirus entró con fuerza en el país.

Otra de las mentiras que circulan es que los trabajadores de la salud ya cuentan con los elementos de bioseguridad. Mientras las autoridades están en cadena nacional haciendo anuncios, importantes claro está, los periodistas recibimos llamadas, denuncias y fotografías de rincones del país donde los insumos faltan.

El sistema telefónico # 171 sigue siendo insuficiente y las condiciones de los salvoconductos están a merced de la interpretación de los uniformados. Un conductor que transportaba alimentos para mascotas, recibió una perorata porque, según el militar que lo detuvo, los animales no son importantes. Sé que muchos pueden estar en desacuerdo, pero a mi entender los militares están entrenados para actuar en la guerra, no para conducir ciudades y provincias, al menos que actúen junto a la fuerza policial y civil.

No quiero ser parte de los quejosos, quienes desgastan su energía en la crítica y maledicencia. Quedarse en el lamento es detenerse, no avanzar y si queremos, siempre hay formas de seguir adelante. Pero hágannos más fácil el camino. Sabemos que la pandemia no hace distinciones de raza ni género; de condición económica o social, de fama o anonimato. El coronavirus está cambiando nuestra forma de vivir y no sabemos cuándo ni cómo nos dejará.

Como país nos toca enfrentarlo con unidad y solidaridad, sabiendo que habrá tiempo después para las reclamaciones, juicios y ajuste de cuentas. Si el Estado nos exige cumplir las nuevas reglas, los ciudadanos exigimos hallar formas de sostener a la mayoría, mejorar las condiciones de tratamiento para los menos favorecidos. Atenderlos mejor, más pruebas, soltar mayores recursos. A la par, transparencia, ofrecer información sin cálculos, no permitir que se nos digan más mentiras.