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Ilustración columna El destino
No puede haber la opción de votar en blanco, nulo o no votar.Ilustración Teddy Cabrera

El destino

En ese voto personal, secreto y masivo (y obligatorio en Ecuador) está la herramienta que puede labrar el futuro.

¿Cree usted en el destino? La respuesta jamás será un simple monosílabo, pues formular dicha pregunta nos llevará a un camino lleno de curvas, recodos, parajes, descampados… Se los pongo más difícil: ¿Cree en el destino del país? Sé que se hace el silencio, pues con un atisbo de formación y sentido común, no vamos a aventurarnos con una respuesta rápida. Si lo pensamos bien, en el fondo, la mayoría podría decir que el destino de un país puede alcanzarse con un simple voto en millones de manos. No puede haber por tanto la opción de votar en blanco, nulo o no votar.

En ese voto personal, secreto y masivo (y obligatorio en Ecuador) está la herramienta que puede labrar el futuro. Un destino que decidimos hoy con base en si ahora estamos mejor que antes, o si mañana podremos estar peor que hoy. No voy a dar sermones ni recomendaciones electorales. Creo en el poder del voto y creo sobre todo en que cada ciudadano de alguna manera lo comprende y tiene sus razones para elegir, en la mayoría de los casos.

Dos cosas van a primar a la hora de rayar las papeletas: seguridad y trabajo. Palabras que pueden entenderse también como delincuencia y desempleo. De mi parte le agregaría una tercera, que es salud, pero tengo la triste impresión de que la prolongación de la pandemia ha hecho que deje de impactarnos como antes.

No estamos eligiendo un presidente más, estamos eligiendo un destino, dice constantemente el periodista Carlos Vera, aunque con un claro direccionamiento electorero. Dejando fuera dicha orientación, su concepto es lógico y consecuente, coincidiendo con lo que pregonan sabios y maestros que, al referirse al destino, lo desligan del azar para reconocerlo como elección. Lo que quieren decir es que no debemos sentarnos a esperar el destino, sino esforzarnos para alcanzarlo. Con decisión propia, con la actitud que corresponde a quien se hace cargo de su vida.

Filósofos y pensadores han escrito mucho al respecto, y al menos para mí, ninguna reflexión fue más simple que esta para comprender la necesidad de conducir nuestra propia vida: Cuando viajas en un auto por la carretera como simple pasajero, jamás puedes estar seguro del verdadero destino al que vas. No importa lo que creas y lo que te hayan dicho. Si no tomas el volante del carro y manejas, serán otros los que decidan. Puede ser cómodo el asiento del pasajero, tener incluso un sillón tapizado en terciopelo y una vista hermosa, pero si no lo conduces tú, no tendrás control de a dónde va.

El destino se alcanza, se elige, se decide. Al menos que te hayas rendido, dejando tu futuro en manos de otros que decidan por ti, que tomen las decisiones que te corresponden, que te digan cómo, cuándo, dónde, quizás amorosamente.