Sophia Forneris | Compartimos país, no realidad
Existe, sin embargo, en este periodo una oportunidad para un liderazgo basado en la verdad
En Ecuador, cualquier elección -consulta, referéndum o elección seccional- termina funcionando como termómetro emocional entre ciudadanía y gobernante. La votación del domingo, donde el NO se impuso en todas las preguntas, no fue la excepción. Más allá del contenido técnico de la consulta, el país envió un mensaje claro: la confianza no se decreta, se construye. Y, en este momento está profundamente erosionada.
Lo intrigante es que, pese al hartazgo visible, sigue existiendo un espacio enorme para un perfil político casi olvidado: un candidato que hable con honestidad, que sostenga un eje moral consistente y que no necesite vivir en contradicción entre campaña y mandato. Porque si algo se ha vuelto rutinario en nuestra política es la transformación del personaje en persona: una identidad para pedir el voto y otra para ejercer el poder. La ciudadanía lo sabe, lo reconoce y, peor aún, empieza a aceptarlo como ‘parte del trabajo. Ese acostumbramiento es peligroso. Hemos normalizado que la ausencia de tipificación legal exonere comportamientos que, aunque no sean delito, sí son profundamente inmorales. Hacer el bien por convicción -y no por obligación- dejó de ser un principio básico del servicio público. Mentir, engañar y humillar se han vuelto términos comunes en la política ecuatoriana, síntomas de un deterioro ético que ningún decreto puede corregir.
Existe, sin embargo, en este periodo una oportunidad para un liderazgo basado en la verdad. Uno que entienda que la confianza no se compra ni se impone; se gana trabajando sin venganza y construyendo planes de acción concretos que se sostengan más allá del discurso. Ese es el tipo de figura política que podría romper la inercia de decepción y volver a conectar con un país cansado de fachadas y artificios.
Y, finalmente, hay una lección que no se puede ignorar: no es necesario venir de las mismas condiciones económicas para comprender cómo se ve el privilegio. Lo que sí es crucial es reconocerlo, empatizar y, sobre todo, escuchar. Porque mientras unos nacen con acceso, oportunidades y estabilidad, otros viven en una realidad completamente distinta. Si no somos capaces de cerrar ese vacío desde la empatía y la honestidad, seguiremos habitando realidades paralelas en el mismo país.