Los síntomas ya están

Las vacunas extorsivas son parte del paisaje y alargan su sombra a cuanta actividad comercial o profesional exista...’.
Cuando una persona enferma, recibe avisos de lo que vendrá. Ecuador tiene todos los síntomas de la que quizás sea la peor catástrofe que enfrentará en su historia: está enfermo de narcodelincuencia.
Algunas cifras deberían hablar por sí solas: el reporte de mediados de año arrojó el doble de muertes violentas que las de similar período del 2021, o el haber alcanzado un récord en atentados con explosivos, la mitad de los cuales se concentra en una ciudad. En ambos casos hablo de Guayaquil, la urbe que los narcos han escogido para tensar el pulso con el Estado y hacerse con su control, que en el fondo es lo que buscan. Ponerlo de rodillas como en México, donde sus tentáculos han llegado a alcaldías, gobernaciones, y a los entresijos del mismísimo Gobierno.
Y hay otras que no se pueden contabilizar del todo, pero son parte del paisaje: las vacunas extorsivas alargan su sombra a cuanta actividad comercial o profesional exista: se amenaza a dueños de negocios, a emprendedores informales, a profesores de escuela, a médicos, a visitadores de productos…
Y además, la privacidad cero que dispara el consumo desaforado e increíblemente ingenuo de las redes sociales vuelve potencial víctima a cualquier ciudadano. A cualquiera que luzca su mundo perfecto (o de perfecto idiota) en Instagram…
Pero hay un síntoma peor y es este: ni el Estado, representado por un gobierno bienintencionado pero inepto (lo demuestra, y es solo un ejemplo, su fallida política de los estados de excepción), ni la indolente sociedad civil tenemos la más peregrina idea de cómo enfrentarlo.
Por años nos hemos tapado los ojos, los oídos y la boca para no asumir que estamos enfermos. Años de no ver que perdimos el control en buena parte de Esmeraldas y Manabí, años de haber desbaratado una estrategia que incluía personal de inteligencia para enfrentar a un enemigo sofisticado y cruel, sin límites. Años de saber que hay decenas de miles de soldados, en cárceles y calles, que tienen clarito quién es su comandante en jefe. En fin, años de permitir que los síntomas se agraven y hacer lo que más nos gusta: guardar basura bajo la alfombra.