La prepotencia como método

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Que (Vargas) se crea presidentito, uno más de los que hemos tenido, es un mal chiste y poco más... No es eso lo que debe asustarnos...

Solemos pensar que el gran soporte de la democracia es el balance de poderes: controles equilibrados para evitar los autoritarismos. Pero a ese concepto le falta algo vital: la calidad de nuestra convivencia social se sustenta también en los valores que nos definen.

¿Cuáles son los nuestros? ¿La solidaridad? ¿La empatía? ¿El esfuerzo? ¿El respeto?

Dos literatos extraordinarios, Jorgenrique Adoum y Miguel Donoso, delinearon lúcidamente nuestras “señas particulares” y no eran positivas. Las resumo: somos perezosos, incumplidos, improvisados, regionalistas, vivísimos…

El episodio más comentado en esta semana, las declaraciones del “segundo presidente” Jaime Vargas, me lleva a pensar que, además, somos tolerantes a la prepotencia. A Vargas le han llovido reparos por decir ese disparate. He oído hasta peticiones de que se lo enjuicie por arrogarse atribuciones que no tiene.

Pero el problema no está ahí. Si hay algo que nos debe preocupar es que nuestros líderes -y Vargas lo es, incluso si no nos gusta- usan la prepotencia como seña de identidad. Es eso lo que debe condenarse en él: sus formas violentas, como las que usó cuando lideró la barbarie del pasado octubre. Que se crea presidentito, uno más de los que hemos tenido, es un mal chiste y poco más. Él se cree una alternativa a los políticos tradicionales, pero demuestra que no lo es. En el fondo se les parece, pues recicla su peor comportamiento. Es eso lo que debería asustarnos.

Hablando de bravucones, Adoum recordaba al presidente aquel, cito textualmente, “cuyo comentario ideológico más profundo fue decir que sus adversarios tenían los testículos más pequeños que los suyos”. Y yo agrego a todos los líderes roldosistas, socialcristianos o socialistas del siglo XXI que han usado los epítetos más impublicables para denostar a sus rivales.

Más que molestarnos por un comentario tonto, lo que debemos rechazar es la prepotencia como método.

La docencia del insulto, que gusta a muchos de nuestros políticos, sean presidentes en ejercicio o muertos de ganas de serlo, no puede ser -de ningún modo- una de nuestras señas particulares.