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Gritar hasta enronquecer

Avatar del Rubén Montoya

Que se informen y presionen, que griten hasta enronquecer. Para ver si así, al menos, el dormido de Carondelet despierta

A veces descorazona. La absoluta parálisis de la ciudadanía y la ineptitud de las autoridades hacen un coctel poderoso para que el negocio más rentable y macabro del planeta se solidifique en nuestras narices. Y no nos apeste.

La aparición de dos decapitados en un puente del cantón Eloy Alfaro (Durán) acelera el pulso social un ratito; daña diez segundos un desayuno familiar; dispara las enésimas declaraciones vacías de funcionarios de cuarta categoría, aunque usen terno y se perfumen con Dolce & Gabbana… y nada más.

El reino del terror -que eso también es el narco- sigue sentando bases a paso firme. ¿La responsabilidad es de este y otros Gobiernos? Sí, pero hoy es del actual, que ha tenido tiempo de entender que debe ser una de sus prioridades y verlo como a esas enfermedades que solo se vencerán a largo plazo y con una urgente política de Estado. ¿Qué necesita para darse cuenta? ¿Espera que lleguemos al nivel de ese remedo de Estado que es México, que ha normalizado una guerra de baja intensidad más parecida a la coexistencia?

Hace apenas 3 días se evidenció para las autoridades mexicanas lo que era un secreto a voces en el pueblo: para amedrentar a los campesinos y mantener el control territorial de su sede, el cartel Jalisco Nueva Generación (sí, ese que se campea aquí) sembró minas antipersonas por doquier. El pasado lunes murió un agricultor y su hijo está gravemente herido. Son los mismos narcos que decapitan, cercenan, desuellan vivos a sus adversarios. ¿Esperaremos a que métodos tan macabros nos escupan en la cara para entender que estamos ante el problema social más grave de este siglo?

El narco lo que hace es mandar mensajes: a sus adversarios, a las autoridades, a la población. A jueces y a fiscales, a cualquiera. Y la consigna es clara: “no tenemos límites”. ¿Quién debe ponérselos? Todos. Menos los indiferentes, porque ellos seguirán encerrados en su mundo de confort. Pero a los que no les vale un carajo el país, que empiecen en serio a levantar su voz. Que se informen y presionen, que griten hasta enronquecer. Para ver si así, al menos, el dormido de Carondelet despierta.