Columnas

Ni borrón ni cuenta nueva

Lo de Nicaragua no puede replicarse, y menos en una región como la nuestra, permeable a los mesías redentores...’.

Antier se posesionó Daniel Ortega como presidente de Nicaragua, alargando su ilegítima toma del poder del país centroamericano, que completará casi dos décadas cuando acabe su mandato. Si es que acaba.

Pidió hacer “borrón y cuenta nueva” y prometió volver a lo que él llama buena marcha del país hasta el 2018. Tan ‘buena’ que desde el 2017 Nicaragua está levantada en oposición y por eso solo 1 de cada 10 ciudadanos aptos para votar le dio su apoyo: el resto no fue a sufragar o lo hizo en su contra…

Es su quinto mandato consecutivo, pero en este caso hay un hecho inédito que debe resaltarse: por primera vez la Unión Europea y EE. UU. aplicaron sanciones concretas al régimen, y su aislamiento no tiene antecedentes en la región: 25 países de la OEA no lo han reconocido.

Y otro dato simbólico, aunque poderoso: solo los dictadores Nicolás Maduro (Venezuela) y Miguel Díaz-Canel (Cuba) y un presidente saliente acusado de narcotraficante, el hondureño Juan Hernández, estuvieron en la ceremonia. Una veintena de países envió delegaciones de cortesía, el resto ni al portero de una embajada. Ortega y la vicepresidente, su esposa Rosario Murillo, saben que su dictadura ni siquiera es tragada por cercanos ideológicos como el mexicano Manuel López Obrador o el peruano Pedro Castillo.

Ortega merece el aislamiento y hay que alentar que se intensifique. No se puede olvidar que encarceló a todos sus potenciales competidores; que los mantiene en celdas de dos metros cuadrados; que no permite entregarles medicamentos; y que siguen en la impunidad los cientos de asesinatos cometidos desde hace una década por el delito de pensar distinto.

Lo de Nicaragua no puede replicarse, y menos en una región como la nuestra que suele ser permeable a los mesías redentores que solo esconden una ansia de poder ilimitada. Y que se ‘respaldan’ en una ideología que en el nombre de los derechos democráticos promete el paraíso, pero sin base, y una vez en el poder los pisotea sistemáticamente.

Los farsantes deben ser aislados. Y señalados para que no intenten volver. Porque con ellos no hay borrón que valga. Ni cuenta nueva por hacer.