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Rubén Montoya: Es que yo no sabía…

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Llevamos mucho tiempo sabiendo que la justicia es vasalla del poder político y moza de alquiler de cualquiera que tenga el dinero para comprarla...

Me parece bien que la justicia emprenda acciones para limpiar la podredumbre que sociedades seudodemocráticas esconden en sus prostituidas instituciones.

Si es en Ecuador, mejor aún, pues el nuestro es un país que, aparte de despreciar las reglas del juego democrático (disputa el récord de golpes de Estado de la región, por ejemplo), ha hecho de la impunidad su seña más notoria. Salvo Argentina -‘Master of the Universe’ gracias al kirchnerismo- Ecuador tiene un sitio de privilegio en el escalafón de los corruptos. ¿En serio tengo que hacer una lista para demostrarlo, cuando tantos siguen viendo una refinería en un terreno aplanado, y se cuentan por montones los funcionarios que ganan tres mil dólares al mes pero tienen patrimonios millonarios, y para cobrar coimas alguna vez vendimos hasta la bandera?

Me parece bien que la Fiscalía, ahora con el Caso Purga, siga destapando la inmundicia que nos sale hasta de las orejas (más de una vez con dedicatoria, cierto es, porque de INA Papers no me olvido). Y me parece mal, muy mal, que tantos se hagan los sorprendidos con lo que revela.

Llevamos mucho tiempo sabiendo que la justicia es vasalla del poder político y moza de alquiler de cualquiera que tenga el dinero para comprarla, incluido el crimen organizado. Llevamos mucho tiempo sabiendo (o denunciando, cada uno que se chante el sombrero que le quede) que sin justicia autónoma no hay ninguna, repitan conmigo, nin-gu-na posibilidad de construir un país más o menos libre y democrático.

¿Y qué hemos hecho como sociedad para conseguirlo? Lo mismo que hacen los socialcristianos para desmarcarse del secreto a voces de que tienen operadores que manejan como vaca lechera a la justicia: “Es que yo no sabía”. De ellos se entiende el cinismo: ¿qué esperar de quienes han hecho del ‘servicio’ público, y por décadas, su genero$í$ima teta?

Del resto de la sociedad supuestamente dirigente (las élites empresariales, económicas o del pensamiento) no se entiende ni se justifica. A menos, claro está, de que su silencio no solo sea cobarde, sino encubridor.

También en nuestras élites debiéramos purgar a tanto farsante.