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Rubén Montoya: El fracaso atroz de Cuba

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La revolución más mimada de la historia, la que acaba de cumplir 65, debería jubilarse. Porque es, también, la del fracaso más estrepitoso...

¿Qué pensaría usted si luego de estudiar dos décadas y tener en sus saberes hasta tres idiomas su sueldo fuese de 70 dólares al mes?

¿Qué frustración tendría entre pecho y tripas si su alimento y el de sus hijos se reduce al que conste en una tarjeta donde el Estado decide qué y cuánto puede comer al día?

¿Qué rabia larvada por décadas no le destruiría la esperanza, la humana rebeldía, si por la fuerza le fuese decretado qué debe decir, pensar, sentir?

En Cuba usted puede ser PhD y terminar envolviendo habanos o manejando un taxi destartalado que mendiga por turistas. En Cuba usted no puede decidir cuándo visitar a su abuela, que vive en Trinidad o Santiago, porque no hay bus que lo lleve; ni decidir en qué playa bañarse porque las mejores están prohibidas, y no solo Varadero. En Cuba los amantes (es decir, los que aman) tienen que sacarse las ganas en zaguanes, parques abandonados o sitios oscuros porque donde viven hay 20 ojos más que los mirarían, envidiosos, o los moteles cuestan lo que los amantes ganan en un mes. Y no se llaman moteles, claro está, porque la moral revolucionaria nunca llama a las cosas por su nombre.

Allá llaman Tarjeta de Abastecimiento a un registro cruel que controla lo que el ciudadano (¿ciudadano?, más bien preso) puede comer, pero hay tanta escasez que es de Racionamiento. ¿Con qué creen que cenó un cubano común en la última Nochebuena? El cerdo es caviar; por pavo tienen frijoles. Allá se llama Paraíso a la más indignante dictadura.

Cuba es eso y lo escribo con más tristeza e indignación de la que me cabe en esta columna, rota como el sueño de justicia que le vienen prometiendo a los cubanos desde que nacen. No hay cifra sobre índices sociales, todos a la deriva, que permita explicar, menos justificar, la vigencia de una Revolución ya no solo marchita, sino consumida en su miserable sarcófago.

La revolución más mimada de la historia, la que acaba de cumplir 65, debería jubilarse. Porque es, también, la del fracaso más estrepitoso.

Lo siento, amado Silvio, el Unicornio Azul que ayer se te perdió, sigue perdido. Y no habrá canción donde puedas encontrarlo. Porque, por tristeza y por desgracia, nunca existió.