Rosa Torres Gorostiza | La tribuna de los pillos

Mientras Daniel Salcedo exhibe su cinismo ante la Asamblea, sus antiguos aliados siguen impunes y activos
La comparecencia de Daniel Salcedo Bonilla ante la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional fue mucho más que un show mediático. Fue una exhibición de poder de un hombre que, con cinco sentencias penales por corrupción, fraude procesal, lavado de activos y peculado, se jactó públicamente como si aún pudiera mover los hilos de sus negocios turbios. No solo se dirigió a sus nuevos enemigos, sino también a sus cómplices de siempre, esos que siguen saqueando al Estado y que hoy lo protegen para no verse arrastrados con él.
No es menor la responsabilidad del presidente de la Comisión de Fiscalización, el oficialista Ferdinan Álvarez, ni la del resto de los asambleístas que permitieron semejante espectáculo. Invitar a un sentenciado a 36 años de cárcel para que delate a sus enemigos y, supuestamente, a sus socios, raya en lo absurdo. Salcedo no vino a colaborar con la justicia, sino a cobrarse venganzas y a medir fuerzas, mientras las mafias siguen intactas dentro del sistema de salud.
Resulta grotesco que se le haya dado voz como si su palabra tuviera algún peso moral. Lo que mostró fue su odio visceral contra sus exaliados Xavier Jordán, Ronny Aleaga y Nain Massuh, seguramente porque disputan los mismos contratos públicos en los hospitales. Dijo saber cómo operan, quiénes en el sistema de salud han recibido dinero. Pero, al final, no dijo ni un solo nombre que ayude a desbaratar la red de delincuentes. ¿Así piensan acabar con la corrupción?
Salcedo dejó claro que conoce cómo operan los entramados de corrupción en los hospitales públicos. Pero no aportó pruebas ni identificó a ningún funcionario. ¿Quiénes son los directores, los administradores, los mandos medios que integran esa red mafiosa? El silencio de Salcedo, aunque ruidoso, confirma lo que ya intuimos: que la podredumbre es profunda y que sus protagonistas siguen incrustados en la burocracia estatal.
La Asamblea no ha hecho más que darle escenario a un pillo, y por extensión, también a otros que ni siquiera están detenidos, ni en el país. Le han dado la palabra a los protagonistas de la podredumbre para que hablen de ella como si fuese ajena. Así no se construye un país; así se normaliza la descomposición.