Rosa Torres Gorostiza | La peor crisis de honestidad

La incoherencia entre el discurso y la acción ha erosionado la confianza en las instituciones
El Ecuador vive una crisis más grave que la económica o la de inseguridad: una crisis de honestidad. La mentira y el engaño se han normalizado, al punto de que ya nadie se sorprende de los contratos amañados, de los favores políticos o de la corrupción que devora al Estado. Se promete transparencia, pero se gobierna con oscuridad; se habla de ética, pero se actúa con descaro.
En el sector público, la incoherencia es la norma. Los funcionarios pregonan ‘servicio’ mientras se sirven del poder. La corrupción dejó de ser excepción para convertirse en sistema, y ese sistema ha resquebrajado la confianza de los trabajadores y de la ciudadanía. La política se ha convertido en un espectáculo de apariencias donde la palabra empeñada carece de valor.
La inseguridad que asfixia al país también es fruto de esa misma crisis. Las mafias no crecen solas: encuentran aliados en instituciones debilitadas por la falta de rectitud. La justicia, en vez de ser un muro contra la impunidad, se ha vuelto terreno fértil para el acomodo y la complacencia.
El problema es moral. Los principios de honestidad han perdido valor frente a la conveniencia, la ambición y la apariencia. Celebramos la ‘viveza criolla’ mientras condenamos, de palabra, la corrupción. Exigimos transparencia desde la tribuna, pero en casa enseñamos que la trampa es aceptable si da ventaja. ¿Con qué autoridad moral pedimos gobernantes íntegros si toleramos la mentira en lo cotidiano?
La familia, base de la sociedad, tiene una deuda urgente: recuperar la educación en valores. Si no sembramos honestidad en las casas seguiremos cosechando funcionarios corruptos, delincuentes impunes y ciudadanos que se acomodan a la trampa para diariamente rellenar sus bolsillos.
El Ecuador no saldrá de esta crisis con discursos ni comisiones de papel, que quedan justamente solo en el papel. Se necesita un cambio radical y profundo: coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Y eso implica decisiones éticas, incómodas y firmes. O la honestidad vuelve a ser la norma de vida que modeló a la familia, o seguiremos siendo un país hundido en la hipocresía y el engaño.