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Rosa Torres Gorostiza | ¿Hasta cuándo cederemos?

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Con armas, bombas y fuego, las bandas imponen su ley en los barrios, instaurando un régimen del miedo

Las últimas extorsiones explosivas en Guayaquil -el atentado contra un comercio en la cooperativa Balerio Estacio y la quema de ocho vehículos en un patio de venta de vehículos en las calles 6 de Marzo y Francisco de Marcos- revelan no solo la ferocidad de los grupos criminales, sino también la claudicación del Estado frente a ellos. Con armas, bombas y fuego, las bandas imponen su ley en los barrios, instaurando un régimen del miedo en el que la llamada ‘vacuna’ se convierte en una condena cotidiana para comerciantes y vecinos.

Lo más alarmante no es únicamente la violencia exhibida, sino la inoperancia de las fuerzas de seguridad, incapaces de anticiparse, responder con eficacia o devolverle a la ciudadanía una mínima sensación de control. Cada ataque es un mensaje claro: los criminales avanzan, el Estado retrocede. Y ese vacío de poder no es abstracto: se traduce en negocios arruinados, familias aterradas y una ciudad que normaliza la barbarie.

Es cierto que existen sectores como Nueva Prosperina donde el control territorial es complejo, pero que en zonas céntricas, con cámaras de vigilancia y mayor presencia policial, las mafias operen con absoluta libertad, constituye una afrenta mayor. No hay excusas: la ausencia de resultados refleja negligencia, improvisación y, en algunos casos, complicidad.

Sin embargo, sería un error cargar toda la responsabilidad sobre las instituciones. La ciudadanía también tiene una cuota en este deterioro. Pagar la vacuna en silencio o guardar información que podría desarticular a los extorsionadores perpetúa el ciclo de violencia. Comprensible el miedo, sí, pero la pasividad social termina siendo funcional al crimen. Sin colaboración, la batalla está perdida antes de empezar.

Guayaquil está atrapada entre un Estado débil y una sociedad resignada e impávida, que ve a su alcalde, prefecta y al Ejecutivo más preocupados de la disputa política que de unir esfuerzos para trabajar juntos contra la inseguridad ciudadana.

Si el miedo sigue gobernando y los políticos peleándoles por sus intereses mezquinos, los barrios se rendirán por completo. Y entonces, ya no quedará ciudad que defender.