Columnas

A la casa del ritmo

Si seguimos manteniendo la estructura delincuencial diseñada por un cleptómano, la culpa es nuestra. De nadie más.

Normita la diezmera fue condenada a 20 minutos de prisión. Luego vino la vaselina que es la “atenuación” de la sentencia y se los redujeron a 15. Y de ahí, la magia: “suspensión condicional de la pena” se llama. Así la concusión, el mayor abuso de poder que hay (dame o te hago botar), tuvo como sanción el disfrute de los diezmos en casa. ¿Se puede considerar “pena” a esto? No. Pena damos nosotros que lo permitimos.

En juicios calcados, Miss “SRI forever” y el zar del fútbol fueron “condenados” a lo mismo: gozar en casa de lo choreado. Aquí uno sabe que si la hace, el castigo es ir a gastar el billete en casita y no la cárcel. ¿Para qué existe un monstruo de 4 cabezas llamado “justicia”: Corte Nacional, Consejo de la Judicatura, Corte Constitucional y un Tribunal de vagos que trabaja cada 4 años cuando hay elecciones, si no sirven para garantizarnos algo que parezca siquiera justicia?

Encima el bodrio de Constitución dice que “somos un Estado de derechos y justicia”. ¡Cómo se reirán afuera viendo a los pepudos darse la vida de ensueño, mientras hay niños que deben disputar un pan con una rata porque tienen hambre! ¿“Soberanía alimentaria”? Somos los campeones de las grandilocuentes declaraciones de derechos mientras la “justicia” se los pasa por el forro de los zapatos.

Pero hay solución: “tercerizar” la administración de justicia. -Noo… ¡traición a la patria! “La potestad de administrar justicia emana del pueblo”. -¡Ah pues!, muy bien. Si emana del pueblo, que vuelva a él. La Constitución de Colombia (art. 116) dice que “los particulares pueden ser investidos transitoriamente de la función de administrar justicia”. Alude al sistema arbitral, también reconocido en el art. 190 de nuestra Constitución. Si en todas las instancias los juicios son conocidos por honestos tribunales arbitrales en lugar de corruptos tribunales judiciales, estos se van a la casa del ritmo y arreglamos el país.

Entonces dejemos de quejarnos. Hay que hacer una nueva Constitución. Si seguimos manteniendo la estructura delincuencial diseñada por un cleptómano, la culpa es nuestra. De nadie más.