Es oficial: Moreno no gobierna

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'Si reducir el gasto público en una cifra igual a la que se esperaba obtener con la eliminación de los subsidios es posible, ¿por qué no se hizo antes?'.

En el video famoso en que aparece Ricardo Patiño arengando a sus bases para tomar por asalto las instituciones públicas y echar abajo este gobierno, hay un detalle muy significativo: su satisfacción por lo mal que empezaban a ir las cosas para la economía del país. Eso genera descontento, explicaba, y el descontento es clave para sus planes. En los ochenta, cuando Rafael Correa y él mismo estudiaban en la universidad, esto es lo que en círculos de izquierda se llamaba “agudizar las contradicciones del sistema”. 

Significa, en palabras sencillas, incrementar la desigualdad y la pobreza. Crear las condiciones para el estallido de la revolución. Más que un episodio anecdótico que precipitó la fuga de Patiño a México, la charla recogida en el video es importante porque descubre con claridad indiscutible la estrategia política del correísmo. Ayuda a entender, por ejemplo, qué ocurrió en octubre, cuando el predecible descontento que produjo la eliminación de los subsidios a las gasolinas derivó en un intento de golpe de Estado en toda regla.

Después de octubre, el mapa del espacio político que tiene el gobierno para moverse quedó claramente trazado. De las medidas económicas anunciadas por Lenín Moreno se ha dicho ya que son insuficientes para enderezar el rumbo de la economía y que alcanzarán apenas para capear el temporal hasta fin de año. La primera impresión es que eso, enderezar-el-rumbo-de-la-economía, se ha convertido, precisamente, en una imposibilidad política. Extrema disyuntiva: o el gobierno se resigna a no gobernar, o se cae. Evidentemente, Moreno ha elegido lo primero.

Pero, ¿es una disyuntiva verdadera? Tras el batacazo de la caída de los precios del petróleo, que por supuesto es una excelente noticia para los correístas, da grima escuchar al presidente anunciar, como medida compensatoria, un nuevo plan de austeridad tendiente a disminuir (esta vez en 1.400 millones) el gasto público. Y da grima porque las expectativas de los anteriores planes de austeridad anunciados por él mismo están lejos de cumplirse. Más aún: si disminuir el gasto público en una cifra equivalente a la que se esperaba obtener con la eliminación de los subsidios es posible, uno no termina de explicarse por qué no se hizo antes.

En estas circunstancias cualquier cosa es posible: que los correístas se permitan, con la jeta que los caracteriza, dar clases de economía y de manejo de crisis, exigir la renegociación de la deuda “en condiciones soberanas”, “reestablecer el dinero electrónico” y otras maravillas. Y no reducir el gasto público: incrementarlo, propone el asambleísta Juan Lloret, como acaba de hacer Francia ante la amenaza del coronavirus. Y que la derecha, en aplicación de una costumbre inveterada que tantos réditos políticos le ha dado, salte en defensa de “los bolsillos de la clase media” y se niegue a aceptar la tasa a los vehículos de más de 20 mil dólares propuesta por el gobierno. 

“Con mis carros no te metas”, parece ser su nueva consigna. ¿Qué más queda? Si un gobierno que debió asumir su papel de gobierno de transición decide aceptar el estrecho margen de juego que le imponen, reducir sus aspiraciones a pasar el año y su capacidad de dirección política hasta el grado cero, en definitiva, si el gobierno ha decidido no gobernar, no puede esperar la clemencia de las fuerzas políticas. Menos aún su generosidad, eso no existe.