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Irina Moreno, la hija de papá

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"A los miles de servidores públicos que pierden su trabajo debido a las políticas de austeridad, Lenín Moreno les dice que su hija se merece su cargo más que ellos".

“Yo no la nombré”, dijo Lenín Moreno en plan Poncio Pilato. Al escandalete causado por el cargo diplomático de su hija, el presidente le sacó el cuerpo. En medio de la mayor crisis económica de la historia del país, cuando el Gobierno se encuentra empeñado en una política de austeridad y ahorro que incluye, en primera fila, a su servicio exterior, Irina Moreno es parte de la delegación ecuatoriana en las Naciones Unidas con un sueldo de 7.700 dólares mensuales sin que a nadie en la Cancillería le parezca contradictorio. ¿Cómo llegó allá? Fue el propio presidente quien quiso tocar el tema en una entrevista organizada por la Secretaría de Comunicación. Representó ahí, a la perfección, el papel de padre ofendido por la maledicencia humana (“la miseria de las redes”, dijo) y trasladó toda responsabilidad a manos de otros.

“Cuando yo salí de la vicepresidencia -contó innecesariamente, pues nadie lo ha olvidado- ella fue llamada al servicio exterior. Yo ya no era vicepresidente. Yo no la nombré”. Claro que no. Ella fue nombrada por los mismos que lo pusieron a él, a Lenín Moreno, en Ginebra, con departamento frente al lago Lemán y un presupuesto de 1,6 millones de dólares para cumplir una función que no tiene nada que ver con el servicio público ecuatoriano y que la ONU considera honoraria. El correísmo, del que Moreno era entonces un asociado entusiasta, necesitaba mantener guardado en cajita de oro a su candidato para las siguientes presidenciales y no se le ocurrió mejor cosa que inventarle un sueldazo en la ciudad más cara de Europa. Con toda su familia. No nombró Lenín Moreno a su hija Irina, en efecto (fue el canciller Ricardo Patiño quien lo hizo), pero se la llevó para allá. Y luego la mantuvo en Nueva York.

Desde entonces, la hija de papá le ha costado al país unos 600 mil dólares que el presidente considera bien gastados. Porque Irina, a sus ojos de padre orgulloso, es genial. “M’hija ha sido la abanderada de su escuela”, empezó diciendo. ‘Magna cum laude’ en el colegio, ‘suma cum laude’ en la universidad, con maestría en Suiza, con maestría en Inglaterra, con “habilidades extraordinarias” como haber estudiado en la Academia de Bellas Artes de Florencia, con dominio de cinco idiomas y avanzados conocimientos de mandarín... “Cumple sus tareas (que hasta el momento nadie se ha dignado describir) de manera extraordinaria”. En suma: a los miles de servidores públicos del Ecuador que han perdido su trabajo y lo seguirán perdiendo como consecuencia de los recortes y de la política de austeridad que impone la crisis, el presidente les está diciendo (sin ruborizarse siquiera) que su hija se merece su puesto y su sueldazo más que ellos. De frente y sin anestesia.

En su exquisita delicadeza, Irina solicitó “hace algún rato” su separación del cargo, cuenta el presidente “para información de la gente que vive de la comidilla”, que es como él llama ahora al escrutinio público cuando le concierne. Solicitó su separación pero el embajador a cargo de la misión en Naciones Unidas la retuvo. Y como papá es apenas el presidente de la República, no parece haber nada que pueda hacer al respecto. Quiere sacar a su hija de ahí, su hija se muere por salir, pero ambos tienen las manos atadas. Pobrecilla Irina: en Nueva York, con 7.700 mensuales y contra su voluntad. Debe ser un infierno. No les queda más que seguir esperando, se lamenta papá, esperando hasta que el embajador decida dejarla ir, “ojalá sea pronto”. Ojalá.