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Indignación moral de un amoral

Avatar del Roberto Aguilar

Por lo menos nadie les está enviando a romper escaparates y cabezas, como ocurre cuando los contratantes, aparte de miserables, son mafiosos.

Los primeros que utilizaron a los pauperizados inmigrantes venezolanos con fines políticos en el Ecuador fueron los correístas. Ocurrió en octubre de 2019. Entre 50 y 60 dólares les pagaban, según los testimonios. Les proveían de un palo y una capucha, les embutían en camionetas y los mandaban a patrullar las calles, a saquear negocios, apedrear vehículos y amedrentar a todo el mundo. 50 dólares no era malo salvo por un detalle: el riesgo. Los refugiados que accedían a tomar ese billete se exponían a ser detenidos y, probablemente, deportados de vuelta al infierno del que venían huyendo. Patronos miserables y renegados, los correístas los empujaban a romper la ley pero se desentendían de ellos si algo salía mal. Como las mafias, mismamente.

Fue el propio Carlos Marx quien describió esta forma bastarda de movilización popular en su libro “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. El lumpemproletariado (la palabra es suya) sale barato; por lo general no tiene nada que perder y está dispuesto a ir adonde le manden. Fue repartiendo monedas y mendrugos como Luis Bonaparte se convirtió en Napoleón III. Y fue repartiendo sánduches y billetes como Rafael Correa pretendió ser de nuevo emperador. Solo que en su caso la estrategia era todavía más perversa. Porque resulta que a esos lumpemproletarios de los que echó mano el socialismo del siglo XXI en el Ecuador, los lumpemproletarizó el socialismo del siglo XXI en Venezuela. Ciclo perfecto, ideal de la distopía socialista: basta con una Venezuela expulsando familias enteras de miserables en todas direcciones para garantizar la movilización popular que hará la revolución en los países vecinos. Es lo que Rafael Correa llama “humanismo cristiano de izquierda”.

En estos días tiene lugar un nuevo capítulo en la historia del uso político de los refugiados venezolanos. Un grupo de ellos, de los que acostumbran a mendigar en los semáforos, ha sido contratado para pararse en sus esquinas habituales portando carteles del mismo estilo de los que llevan siempre, pero con mensajes políticos: “Por votar por el socialismo estoy aquí pidiendo limosna. Vota bien”. “Yo tenía una casa y un trabajo, votamos mal y aquí estoy. Vota bien”. Es evidente que todos fueron trazados por la misma mano: se trata de una campaña. Los candidatos correístas no tardaron en atribuírsela sin pruebas a Guillermo Lasso y en expresar la profunda indignación moral de la que son capaces las personas sin moral. “Asombro e indignación”, tuiteó Andrés Arauz, que no se asombra ni se indigna de todo lo que esas personas sufrieron bajo el sistema político y económico que admira.

A los venezolanos de los carteles nadie les ha preguntado. Quizá dirían que no está tan mala esta chamba que les permite hacer lo que hacen siempre sin necesidad de golpear las ventanas de los carros, que es la parte más desgastante. No sería raro que muchos de ellos estén totalmente de acuerdo con el contenido de los carteles, que se limitan a dar un buen consejo (“Vota bien”) y a decir la verdad. Otros se sentirán manipulados y expuestos, porque precisamente eso es lo que pretende la campaña: exponerlos, aprovechando que son pobres y cobran poco. Es miserable, sí. Por lo menos nadie les está enviando a romper escaparates y cabezas, como ocurre cuando los contratantes, aparte de miserables, son mafiosos.