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Se busca ladrón que no lo parezca

Avatar del Roberto Aguilar

"Si no se hubiera descubierto una seguidilla de casos de corrupción, Jorge Yunda, el acaparador de frecuencias, sería el alcalde más popular de la República"

Jorge Yunda se hunde en el fango de la sospecha y decenas de manos del troll center correísta se tienden para lavarle comedidamente la cara. No podía ser de otra manera. El diablo los junta, dice el refrán, y el alcalde de Quito está involucrado en suficientes casos de corrupción (con sus fieles amigos del ecuavoley recibiendo contratos millonarios de las empresas municipales) como para calificar como el candidato perfecto de la Revolución Ciudadana. 

Además, no tienen otro: los principales cuadros del correísmo, incluyendo el papá de todas las guaguas sobre quien pesa una condena de ocho años, se encuentran prófugos o presos por rateros. 

Necesitan, pues, encontrar con urgencia a alguien que todavía pueda pasar por inocente. Ya en los primeros días de la pandemia, cuando Yunda se internó en un hospital aquejado de un mal menor no relacionado con el coronavirus, las cartas de solidaridad de la crema y nata del correísmo le llovieron: estos señores no disimulan cuando la necesidad les manda a cepillar en público su caballo. Ahora, que la cosa pasa de castaño oscuro, han encargado la tarea a su troll center. Lo que se juega en Quito, pues, tiene una inusitada proyección nacional.

A Yunda le toca acostumbrarse a rendir cuentas. Su reacción cuando salió a la luz el primer caso de corrupción (el asunto de las pruebas para el COVID compradas con probable sobreprecio y evidente falta de previsión) fue la del intocable: “Me he fajado literalmente”, dijo, “como para que alguien ponga en duda mi accionar”. Ofendidísimo él. Como si su accionar no estuviera en duda desde siempre, exactamente desde el día en que la Contraloría lo señaló como un acaparador ilegítimo de frecuencias de radio. Jorge Yunda es, en sí mismo, un tipo sospechoso. Que apechugue.

El caso es que, con informe en contra de Contraloría y todo, ganó las elecciones. Este país es inaudito: tenemos dos prefectos que van a su trabajo con tobillera electrónica, una asambleísta de la República que continúa ejerciendo como tal pese a haber recibido una sentencia por delito de cohecho y un alcalde, en la capital, por quien la gente votó a sabiendas de que acaparaba frecuencias de manera ilegítima. Que ganó con apenas el 21,4 por ciento de los votos, es verdad, y con la oposición de la clase media, de la que se espera una mayor intolerancia frente a la corrupción. 

Todo eso es cierto. Pero le bastó con pulir su perfil animalista y su inédita, nunca vista vocación feminista (regalar perritos o ponerlos en adopción y eliminar de un plumazo el concurso de Reina de Quito) para granjearse la simpatía de decenas de miles de ciudadanos incapaces de entender la complejidad de las políticas públicas más allá del metro cuadrado de sus militancias. Más aún: si no hubiera sido por el reciente descubrimiento de una seguidilla de casos de corrupción en el Municipio, Jorge Yunda, el acaparador de frecuencias, el hombre que hace negocios en el ecuavoley, bien podría ser en estos momentos el alcalde más popular de la República.

Así de cerca se encuentra el correísmo de recuperar el poder en este país de cultura política tan precaria.