Roberto Aguilar | Niels Olsen, inspector de la escuelita

Se le ha metido en la cabeza que mejorar la Asamblea pasa por establecer un régimen disciplinario
A la infantil presencia del asambleísta Dominique Serrano (19 años de edad que, en estos tiempos de adolescencia extendida, son lo que un animador del viejo show de Chispazos llamaría “19 añitos de feliz y risueña existencia”), se suma la infantilización general en la que ha incurrido la Asamblea al sancionarlo: 30 días de suspensión sin sueldo por dibujar monigotes durante una sesión. Probablemente dibujaba porque no entendía un rábano de lo que se estaba hablando; o porque esa es su manera de concentrarse; o porque resulta ser cierta la escolar explicación con la que intentó justificarse: que tiene déficit de atención. Enrique Ayala, que fue vicepresidente del Congreso Nacional entre agosto de 1986 y agosto de 1987, no paraba de doblar papel y hacer animalitos de origami durante las sesiones, incluso cuando le tocaba presidirlas: grullas, perros, ranas… Pero no perdía detalle de los debates. A nadie se le habría ocurrido, ni remotamente, acusarlo de no prestar la debida atención a lo que se estaba discutiendo; menos, mucho menos, salir con la profundamente estúpida idea de sancionarlo. En ese entonces, claro, para fortuna del país, ni el presidente actual de la Asamblea, Niels Olsen, ni la coordinadora de la bancada oficialista, Valentina Centeno, habían nacido todavía.
Niels Olsen tiene hoy la misma edad que tenía Ayala en ese entonces: 37 años. Demostración personificada de la teoría de la adolescencia extendida, lo mejor que se puede decir de él como presidente de la Asamblea es que es un buen muchacho. En cuanto a filosofía política y principios del parlamentarismo, no está más enterado que Dominique Serrano. Se le ha metido en la cabeza que mejorar la Asamblea pasa por establecer un régimen disciplinario. En otras palabras: se ha propuesto ser el inspector de la escuelita. En el caso de Dominique Serrano, este empeño no sólo se expresa en la peregrina idea de sancionar a un asambleísta de la República por hacer dibujos sino en el hecho, mil veces peor, de atribuir a las autoridades de la Asamblea (en este caso el CAL) el deber de velar para que todos los legisladores presten atención en las sesiones. A Niels Olsen habría que bajarlo de su estrado y ponerlo a caminar, puntero en mano, entre los escaños. Quizás entonces tome conciencia del ridículo que está haciendo.
Pero si la sanción a Dominique Serrano es una estupidez, la sanción a la correísta Mireya Pazmiño es un peligro: 30 días de suspensión sin sueldo por llamar “fascista” al asambleísta de gobierno Andrés Castillo. Verdad es que Mireya Pazmiño es un personaje impresentable por razones que no viene a cuento exponer aquí, y que el epíteto de “fascista”, usado como recurso para descalificar adversarios y evadir debates, es un exceso que trivializa la gravedad del término. Pero es en el propio debate donde debe enfrentarse ese exceso, no prohibiendo su uso o reprimiendo su expresión. ¿Qué va a ocurrir cuando un fascista de verdad se plante a perorar su nociva ideología en el Pleno de la Asamblea? ¿No habrá cómo designarlo por lo que es, gracias al régimen disciplinario del inspector de la escuelita? Es difícil saber cómo diantres tienen amoblada la cabeza (si la tienen) estos adolescentes que hoy legislan por nosotros.