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Roberto Aguilar | Hacer de la mala leche una virtud

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 Arbitrario, impulsivo, temerario, francamente inhuma no cuando se tercia... Si todo esto es Daniel Noboa candidato

Si Daniel Noboa fue capaz de abandonar a su suerte a Verónica Abad en una ciudad bajo fuego, refugiada con sus hijos en un búnker mientras los misiles (espectáculo novísimo y aterrador para ella) surcaban el aire... ¿De qué otras cosas es capaz? La idea de tener una vicepresidenta de la República soportando un bombardeo en un país lejano sin que el Gobierno mueva un dedo por sacarla de ahí, sin que le pregunte siquiera cómo se siente ni se digne informar al pueblo que la eligió sobre la situación en que se encuentra, todo porque el presidente ha decidido castigarla por quién sabe qué pecado inconfesable… Nada de eso es normal en una democracia de verdad integrada por ciudadanos de verdad. Aquí, en cambio, da lo mismo. Al fin y al cabo, Verónica Abad es libertaria hasta la imprudencia y curuchupa de manual, carece del tipo de carisma que está de moda y no habla el lenguaje hegemónico de la inclusión y el buen rollito. En suma: cae mal. Además, carece de poder real, influencia política, estructura que la respalde… Ella no es, por poner un caso, Pablo Muentes, que cuando algo le pasa todo tiembla. Que se j..., pues. Por eso, superada esa cierta sensación de incomodidad que produjo el sábado la idea de saberla metida en un refugio antiaéreo, el episodio quedó atrás y-a-otra-cosa-mariposa. Olvidamos, en medio de la indiferencia, que nuestro problema no es ella. Ella es apenas un síntoma. Nuestro problema es él: Daniel Noboa. Y la pregunta: ¿de qué otras cosas es capaz?

Para empezar, el presidente de la República debería explicar al país los motivos de su inquina contra una persona que él, personalmente, eligió para que sea su compañera de fórmula y que tiene exactamente la misma legitimidad como mandataria electa que él. Porque no puede ser gratuita esta decisión, no de alejarla (hay formas más amables de alejar a una persona), sino de hacerle daño, de enviarla a un lugar peligroso y abandonarla a su suerte. Quizás la vicepresidenta dijo algo inconveniente. ¿Eso justifica semejante maltrato? Corren también rumores sobre algún problema con los fondos de campaña. De ser así, ¿no merecen saberlo los ecuatorianos? Mientras el motivo de este comportamiento se mantenga en secreto, lo de Daniel Noboa con Verónica Abad permanecerá como un abuso de poder, una arbitrariedad despótica y un gesto de inhumanidad que nos debería preocupar a todos.

En la tierra del conflicto armado interno, la escala de valores del bukelismo se impone con angustiosa facilidad. El país latinoamericano más dispuesto, según el Latinbarómetro, a despreciar la democracia, parece juzgar como virtudes ciertos rasgos de carácter que, en repúblicas bien constituidas, son en realidad defectos. La arbitrariedad en la toma de decisiones es el principal de ellos. Otro: la impulsividad (confundida con determinación) de un mandatario sin escrúpulos, bajo la vaga y estúpida noción de que la razón política es algo que cuelga entre las piernas, como quedó claro en la barbaridad perpetrada en la embajada mexicana. La temeridad que no se detiene a medir las consecuencias. Todo eso es el actual presidente del Ecuador y se le festeja, se le aplaude por ello. Como si fuera un lujo tener como jefe de Estado a una mala persona. Y ojo: apenas tiene 36 años. Lo más probable es que sea reelecto. Cuando eso ocurra y empiece a gobernar con cuatro años por delante, sin la presión de saberse candidato, ¿de qué no será capaz Daniel Noboa?