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Laicos de pacotilla

Avatar del Roberto Aguilar

"Lo que faltaba: un numeroso grupo de fanáticos cuestiona la libertad de un caricaturista (Bonil) para reírse de su dios. Ahora resulta que Maradona es intocable"

Hay una cosa peor que la tendencia de los argentinos a fabricar ídolos y dioses: la alegre disposición del resto de latinoamericanos a seguirles la corriente. Peor (más intragable, en todo caso), porque lo que allá es un fenómeno profundamente popular y, por tanto, espontáneo y sincero (aunque no por eso menos nocivo), en países como el nuestro aparece revestido de una afectación pretenciosa. En los devotos homenajes a Diego Armando Maradona que invadieron las redes sociales y los medios del Ecuador durante la última semana, hay una suerte de esnobismo intelectual que consiste en darse el lujo de poner la razón entre paréntesis y abrazar el sinsentido por puro desplante populista. Es la bacanería del intelecto.

La adoración religiosa de los argentinos por Maradona es la metáfora de un fracaso: el de un país que alguna vez (antes de que se desatara su primera y mayor fiebre religiosa: el peronismo) fue uno de los más desarrollados y ricos del planeta. En palabras del periodista inglés John Carlin, que vivió diez años en Buenos Aires: “La idolatría a los líderes redentores, el culto a la viveza y (su hermano gemelo) el desprecio por la ética del trabajo, el narcisismo, la fe en las soluciones mágicas, el impulso a exculparse achacando los males a otros, el fantochismo son características que no definen a todos los argentinos, pero que Maradona representa en caricatura payasesca y que la mayoría de la población, aquella misma incapaz de perder la fe en el peronismo, aplaude con risas sino con perversa seriedad”.

Es la negación de la realidad, la ilusión como forma de vida, el pensamiento mágico como sistema ideológico. No hay mejor receta para el fracaso de una sociedad y la argentina, cuya tendencia a la idolatría va del deporte (Maradona) a la política (Perón, Evita, Cristina) pasando por el arte (Gardel, Charly García), se ha empeñado en aplicarla escrupulosamente. Ha sido penoso contemplar, en estos días, a los mejores intelectuales de ese país socapando esta patología, haciéndola suya sin importar las consecuencias ni medir las relaciones. Martín Caparrós, Leila Guerriero, ¡Beatriz Sarlo!, escritores de primera línea, publicaron artículos bellamente escritos en los que se dejaron contagiar por la mitomanía y fueron incapaces de cumplir con la primera obligación de un intelectual: tomar distancia.

En Ecuador, por supuesto, también hemos seguido la corriente. En las redes sociales, en las páginas de opinión, en los blogs, hemos leído auténticas teologías del sentimiento popular condensadas en el espacio de una columna de periódico. Columnistas, escritores, intelectuales reconocidos por su férrea defensa del laicismo y de los valores republicanos cuando se habla de otra cosa, no han encontrado la menor contradicción en abrazar la religión maradoniana. Y de paso la charlygarciana, la gardeliana, la que se terciara. Quizá con la esnobista esperanza de que parte de esa gloria nos rebota si compartimos la fe.

Por si fuera poco, hemos contemplado el triste espectáculo de un debate histérico, ya superado en otros ámbitos, que resurgió cuando un numeroso grupo de fanáticos cuestionó el derecho de un caricaturista (Bonil) a reírse de su dios. Lo que faltaba. En estos tiempos que han visto correr sangre por el derecho de caricaturizar a Cristo y a Mahoma, nos vienen a decir que Maradona es intocable.