Roberto Aguilar | El secuestro de María José Pinto
La principal función de la vicepresidenta de la República es sustituir al presidente, que no es su jefe
Cuando el presidente, derrotado en las urnas, hizo el amago de reorganizar su gabinete, el encargo del Ministerio de Salud a la vicepresidenta María José Pinto parecía un cambio que podía marcar una diferencia. Ella es la única alta funcionaria del gobierno que no pertenece al consabido círculo de amigos, asociados y empleados de Daniel Noboa, esa gente que medra a la sombra de su fortuna y cuyo entendimiento de lo público no parece distanciarse mucho de sus intereses privados o sus ambiciones personales.
Mujer honorable sin vínculos societarios con el grupito en el poder, Pinto parecía ser la persona más adecuada para poner orden en ese caos de negligencia, indolencia y corrupción que es el sistema de salud pública en el que no tiene interés personal o familiar alguno. Dos días después de su designación, sonaron las alarmas del escándalo HealthBird: la asociación estratégica, a través de CNT, con lo que hasta ahora parece ser una empresa fantasma de cubanos en Miami: sin experiencia, sin solvencia y, para colmo, sin dirección conocida (las tres que reporta son falsas). 150 millones aspira a embolsarse HealthBird en los próximos cinco años; de marzo a acá, ya ha firmado por más de 45.
¿Quiénes están interesados en este contrato a todas luces trucho? El siempre sospechoso Édgar Lama, que lo fue llevando del Ministerio al IESS; Roberto Kury, que fungió de contraparte en ambos casos como presidente de CNT; los accionistas de la empresa en Ecuador; ¿quién más? ¿El presidente de la República? Bueno, pues: él anunció la firma del convenio media hora antes de que concluyera el plazo para la recepción de ofertas. En un país normal, eso sería un escándalo de proporciones épicas; en el nuevo Ecuador, no pasa de ser una anécdota que nadie se molesta en explicar.
Aquí es donde la vicepresidenta se confunde y mete las de andar. ¿Qué hace? Que se sepa, nada. Se queda paralizada. Transcurren dos semanas y el país no la ve emprender una sola acción en el ministerio a su cargo. En su lugar, empieza a ejercer sus funciones un viceministro indeseable: Stalin Andino, el bienmandado tinterillo que parió las dos leyes económicas urgentes más chapuceras de la historia de la legislación ecuatoriana y que hizo el ridículo sin atenuantes en la Corte Constitucional. ¿Ella lo nombró? No es probable. ¿Se siente cómoda en esa compañía?
Que su despacho, en una comunicación insólita dirigida a la Comisión Anticorrupción, haya negado que la vicepresidenta estuviera a cargo del Ministerio de Salud, no hizo sino empeorar las cosas. De nada sirvió el video que ella grabó supuestamente para arreglarlas, en el que faltaron cuatro palabras clave: sí-soy-ministra-encargada. Es evidente que no quiere serlo. Es evidente que las circunstancias la desbordan. En otras palabras: está secuestrada. Y una ministra secuestrada tiene dos alternativas: se libera o renuncia. Mantener el perfil bajo y delegar sus atribuciones a un viceministro tinterillo que no responde ante ella es, sin duda, la peor opción.
María José Pinto es vicepresidenta electa de la República. Su principal función es reemplazar al presidente, que no es su jefe, y preservar su cargo para esa eventualidad. El ministerio que le encargaron es una trampa.