Roberto Aguilar | El país de la negación

Cualquier cosa puede ser hecha: convivir con violencia, fomentarla incluso, sin tener que responsabilizarse por consecuencias
Aquí nadie se hace cargo de su propia violencia. Ejemplo: confrontado con los peores excesos de los manifestantes, al presidente de la Conaie, Marlon Vargas, no se le ocurre mejor salida que responsabilizar a supuestos agentes del gobierno, infiltrados -dice- para desprestigiar al movimiento indígena. ¿Cinismo? Ni siquiera. Vargas no pretende insultar la inteligencia de los ecuatorianos, como parece, sino precisamente desconocerla, llevar el discurso político a un terreno en el que ni la inteligencia, ni el uso público de la razón, ni la correspondencia de los dichos con los hechos cuentan para nada. Un terreno en el que cualquier cosa (la más profunda estupidez, la más insolente mentira) puede ser dicha impunemente. Y también, en consecuencia, cualquier cosa puede ser hecha: convivir con la violencia, fomentarla incluso, sin tener que responsabilizarse por sus consecuencias.
Desde octubre de 2019, cuando un levantamiento indígena se convirtió, por primera vez desde el nacimiento de la Conaie, en una guerra de asedio contra la población urbana, tanto el movimiento indígena como la izquierda en general y el mundo académico relacionado con ella han vivido en un estado de negación permanente, soslayando esta violencia o justificándola con la vieja perogrullada de recetario ideológico según la cual no-hay-peor-violencia-que-la-exclusión-y-la-pobreza. O lo que fuera. Seis años después de ese primer ‘estallido’, cuando el panorama se complica con la participación de nuevos actores ya bien consolidados (delincuencia organizada, grupos de choque de la minería ilegal, guardias comunitarias ahora sí bien entrenadas…) la negación continúa. A la Conaie parece darle lo mismo que una declaratoria de paro nacional termine propiciando un caos en el que todos estos actores sacarán provecho. No es con ellos.
Hay, por supuesto, un segmento de la población presuntamente preocupado por la paz, la estabilidad, la producción y el buen rollito, que se opone al paro dizque en nombre de la democracia liberal y cuyas voces dominan en los canales formales del debate público. Pero ocurre que esas voces no son menos presa de la negación que las anteriores ni están menos dispuestas que Marlon Vargas a sacrificar el uso público de la razón y la correspondencia de los dichos con los hechos. De otra manera no se explica que, cuatro días después de publicado el video que recoge la brutalidad militar ocurrida en el cantón Cotacachi en torno a la muerte del comunero Efraín Fuerez con un tiro por la espalda, continúen denunciando la violencia de los manifestantes mientras callan sobre estos hechos como si nunca hubieran ocurrido. Un ciudadano que se encontraba asistiendo a un moribundo, desarmado, arrodillado, indefenso, a quien cinco militares molieron a palos para luego abandonar en la carretera, como hacen los gánsteres. Y esto, en un país en el que se han documentado decenas de desapariciones forzadas (los cuatro niños de Las Malvinas, secuestrados por 16 soldados, son apenas un botón de muestra) mientras el presidente pretende otorgar impunidad y amnistía anticipada para ese tipo de gorilas. Cosa que no parece preocupar a nadie. Lo dicho: negación de lado y lado. Aquí nadie se hace cargo de su propia violencia. Es el camino más seguro hacia el despeñadero. Allá vamos.