Premium

Roberto Aguilar | Las democracias no hacen videoclips

Avatar del Roberto Aguilar

Los comunicólogos de Carondelet no conciben otra manera de comunicación pública que la propaganda

La admiración que los comunicólogos de Carondelet profesan por los hermanos Alvarado es inocultable y su obsesión por imitarlos llega, como diría Borges, “hasta el apasionado y devoto plagio”. Ese estilo intenso, emocional, personalista y avasallador institucionalizado por el aparato de propaganda correísta, a cuyo absoluto dominio y agobiante, irrespirable omnipresencia vivimos sometidos durante años, es ahora el de la Secretaría de Comunicación de Daniel Noboa.

Si contratar a Vinicio Alvarado no fuera un descrédito, lo harían. Si en algún momento se les plantea la posibilidad de tenerlo como asesor secreto (prófugo de la justicia y todo), lo harán. Porque lo veneran.

Una de las cosas que la nueva Secom ha copiado de la vieja es la grosera, impertinente costumbre (más bien: estrategia) de interrumpir los noticiarios independientes de la TV con cadenas nacionales ordenadas por la Presidencia. Todos los días, dos veces al día. Así se pretende matizar con propaganda el contenido de la información, no siempre halagadora para el Gobierno.

La gran mayoría de estas cadenas se enfoca en promocionar los resultados de la guerra contra la delincuencia: tres antisociales detenidos en La Maná, dos secuestradores abatidos en Salitre, un cargamento de dinamita retenido en Ponce Enríquez… Con reportes diarios de esta laya pretende el Gobierno ganar la aprobación de los ciudadanos y neutralizar el drama de la violencia.

Son videoclips estridentes, pródigos en efectos de luces y sonido, montados con un tipo de edición hipercinética, con tomas que duran décimas de segundo e imágenes oscilantes, música agresiva, rítmica, tipo nu-metal o rock industrial para reforzar la intensidad de las escenas, como la banda sonora de las series de acción policial al estilo ‘Cops’.

Más allá de toda imitación de estilo, la principal lección que los comunicólogos de Carondelet aprendieron en la escuela de los Alvarado tiene que ver con un tema de concepto: la idea de que la información se neutraliza con propaganda; la realidad, con videoclips. Y que las cadenas nacionales han de privilegiar el efecto proselitista por sobre la utilidad pública de sus mensajes.

Semejante aberración correísta que el noboísmo ha hecho suya sin beneficio de inventario procede de un malentendido tremendo, propio de una democracia deficitaria como la nuestra.

En el Ecuador resulta normal que los gobiernos utilicen recursos públicos para promocionar sus logros, reales o ficticios, así fuera con estética de videoclip; aunque sus logros consistan en algo tan ridículo y deleznable (en apariencia menos ridículo y deleznable por efecto de la música industrial y la edición hipercinética) como haber dado el vire a dos secuestradores en Salitre. Porque creemos en este país (y ese es el malentendido) que no hay nada de malo en que el Gobierno haga propaganda.

En democracias funcionales, eso está prohibido por la ley. La comunicación pública (parece una perogrullada pero hay que decirlo) debe estar al servicio del público, no al servicio del Gobierno. Y la propaganda, que es la única forma de comunicación pública que conocen y conciben los abrumadoramente ignorantes comunicólogos de Carondelet, es propia de las dictaduras.

Las democracias informan, no hacen videoclips.