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El brazo político del prófugo

Avatar del Roberto Aguilar

"Andrés Arauz, conejo encantado, volvió a la chistera de la que salió. ¿De qué puede servir ahora? Terminó la tormenta electoral, se despejó la niebla y en el escenario solo está Correa"

Una vez concluida la tormenta electoral, se disipa la niebla y aparece él, idéntico a sí mismo: el rostro congelado en un gesto de severidad inescrutable, fijos los ojos en el horizonte por donde transita la Historia con mayúsculas mientras las lastimeras voces de Pueblo Nuevo despachan su habitual sarta de derrotas. Tiranuelo tropical convertido en su propia estatua de bronce. Caricatura de prócer. El video que Rafael Correa publicó este fin de semana desde México está saturado de mensajes visuales que él parece incapaz de procesar y que caben en una simple certeza: el expresidente nunca cambia.

Y su partido tampoco. Andrés Arauz, conejo encantado, volvió a la chistera de la que salió. ¿Para qué puede servir ahora? ¿Alguien de verdad creyó que haber puesto por delante una marioneta treintañera era un síntoma de renovación política? No se caracterizan las ovejas por su perspicacia. Hoy lo único cierto es que concluyó la tormenta electoral, se disipó la niebla y nomás quedó Correa, dueño absoluto de la escena. Y dueño absoluto, por lo que se le escucha, de la bancada más numerosa de la Asamblea Nacional. Inquietante noticia.

Uno podría esperar que diez años en el poder y tres en la oposición sean más que suficientes para formar cuadros con un mínimo de autonomía de vuelo y criterio propio, asambleístas con un cierto peso político específico y capacidad de disenso. Qué va. Aquí todo se reduce al proyecto personalista de un prófugo de la justicia empeñado en conseguir impunidad a toda cosa.

Cabe suponer que los 48 asambleístas de la Revolución Ciudadana, Unión por la Esperanza o como diantres pretenda llamarse ahora el correísmo, suscriben disciplinada y unánimemente las expresiones del expresidente en su video, cuando se atribuye la condición de víctima de un proceso de “persecución, difamación, discurso único, cárcel, juicios, utilización de la justicia”. Un rosario de penalidades que retrata a la perfección lo que fue su propio gobierno para todos aquellos que se atrevieron a pensar diferente. ¿En serio una figura política como Pabel Muñoz, para tomar un ejemplo de la lista de asambleístas reelectos, es capaz de escuchar las palabras “persecución, difamación, discurso único” sin que una vocecita incómoda, por susurrante y escuálida que sea, le haga cosquillas en algún rincón recóndito de la conciencia? ¿O ya logró acallarla?

¿Cómo tomar en serio, entonces, las demostraciones de supuesta madurez política, las palabras de conciliación, los mensajes de paz, la retórica de creyentes en la democracia, el “sincero deseo de que tenga éxito” Guillermo Lasso en su gobierno? ¿Alguien puede confiar (aparte de las crédulas ovejas de toda la vida, pobrecillas) en la franqueza de quienes son incapaces de hacerse cargo de sus complicidades y de sus actos? ¿Pretenden acaso que todo el pasado de “persecución, difamación, discurso único”, por no hablar de corrupción y robo puro y duro, desapareció con un video? Nada que ver: mientras los 48 asambleístas del correísmo se mantengan alineados con el proyecto de su jefe (el jefe de una banda de delincuentes, según los jueces) solo se los podrá considerar como una fuerza desestabilizadora y perniciosa para la democracia: el brazo político de un mafioso.