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Por otra historia

Asumiendo este triste hecho, el propósito de esta columna de opinión debería quedar meridianamente claro: es una propuesta de indagación en la historia del Ecuador para comprender cómo y por qué hemos llegado a ser este Estado fallido...

Esta columna de opinión cuyo primer artículo es este que usted lee, como su nombre lo indica, versará sobre la historia del Ecuador. Su propósito es contar una historia del Ecuador que sea diferente (alternativa, e incluso contraria) a la historia oficial, reinterpretando los hechos que dieron origen a esta amalgama de antiguas provincias españolas que se convirtieron en un Estado independiente el año 1830, además de recordar episodios que en la historia oficial se los suele ningunear. Creo que este propósito de contar una historia ecuatoriana que difiera de la oficial merece una explicación.

En principio, el propósito mencionado se debe a un desencanto personal por el tiempo presente. Considero que el Ecuador atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia: es un país claramente disfuncional, en el que sus autoridades son incapaces de hacer cumplir las leyes (salvo que se trate de perseguir -con saña- a sus rivales políticos), en el que la población desconfía de las autoridades y donde la corrupción campea a sus anchas. El resultado de esta mezcla de ineficacia, desconfianza y corrupción es un Estado disfuncional y discriminador en un país pobre, desigual y violento.

Pero, sobre todo, el propósito mencionado de contar una historia ecuatoriana diferente a la oficial busca una explicación a esta deriva que nos ha conducido a la espantosa situación actual. En las circunstancias actuales, elegir a una persona u otra para el ejercicio de un cargo público en el Ecuador resulta irrelevante, porque el sistema político y electoral es el que está corrompido. De igual forma, el culpar a una persona u otra de la situación actual del Ecuador es equivocar el punto (es cometer el facilismo de endilgar la culpa a un chivo expiatorio).

Así, la explicación que busco ensayar en esta columna de opinión no pasa por formular un análisis acerca de la coyuntura que vivimos; por el contrario, la explicación que propongo se relaciona con las condiciones estructurales (sometidas a los rigores de la geografía, la historia y la cultura) que se produjeron a raíz de la conquista, la colonización y la formación de una república independiente en esta porción del territorio sudamericano y de cómo ellas siguen influyendo en la manera en que en el Ecuador actuamos en la esfera pública.

El pasado pesa y condiciona nuestra conducta como sociedad. De allí la necesidad de revisitarlo y reinterpretarlo, para aprender de él y corregir lo que haga falta que se corrija para intentar un camino al desarrollo.

En resumidas cuentas, ahora la República del Ecuador es un Estado fallido. Así lo evidencia la forma en que nos comportamos en la esfera pública y así lo evidencia la notoria incapacidad del Estado para satisfacer los fines mínimos que se supone todo Estado debe procurar a sus habitantes, esto es, seguridad y un mínimo de bienestar (educación y salud). Asumiendo este triste hecho, el propósito de esta columna de opinión debería quedar meridianamente claro: es una propuesta de indagación en la historia del Ecuador para comprender cómo y por qué hemos llegado a ser este Estado fallido que actualmente somos y bosquejar alternativas para, eventualmente, poder dejar de serlo.