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Rafael Oyarte | 1910

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Íbamos a la guerra, pero no una localizada como en 1981 y 1995, sino a una total

Fue el año más tenso de nuestras relaciones internacionales con Perú: en todo el continente se hablaba de guerra total. El problema territorial vino desde nuestro nacimiento en 1830, cuando Perú, a conveniencia, nos desconoce como Estado sucesor de la antigua Colombia y, por tanto, no reconoce el Tratado de Guayaquil de 1929 ni el Protocolo Mosquera-Pedemonte que, a nuestro juicio, fijaba la línea divisoria en el Amazonas. El dominio del Oriente no lo disputábamos solo con Perú sino con Colombia, que aspiraba llegar por el sur a los ríos Napo y Amazonas, mientras que Perú pretendía como frontera el Caquetá; en ambos casos, en áreas también reivindicadas por Ecuador. Nuestro límite con Brasil en el tratado de 1904 era el mismo que ese país fijó, en esa zona, con Colombia y Perú. Nuestro problema inmediato era Perú: aspirábamos a una frontera sobre el gran río, mientras que Perú pretendía todo ese mismo Oriente, dejándonos solo nuestras actuales Costa y Sierra. Ecuador y Perú nos habíamos sometido al arbitraje del rey de España, mas no Colombia, por lo que el laudo no solucionaría la litis de ambos con la nación granadina. Para nosotros aceptar la pretensión peruana equivalía a desaparecer; esperábamos con mucha tensión la decisión del rey. En Perú también se llamaba a repudiar cualquier laudo que lo privara del Oriente. Cuando se filtra el dictamen del Consejo de Estado, los ánimos se exaltaron en ambos países: en Quito se atacó la legación peruana y en Guayaquil el consulado, lo que fue replicado en Lima y Callao.

En Perú había confianza excesiva respecto de su débil contendor, pero se temía una intervención de Chile, al que acusaba de armarnos, pues estaba pendiente el litigio por las provincias de Tacna y Arica, poseídas por Chile y reclamadas por Perú. Acá confiábamos en Colombia, cuya población nos respaldaba abiertamente, pero tenía intereses contrapuestos con nosotros y Perú. Íbamos a la guerra, pero no una localizada como en 1981 y 1995, sino a una total, por ello los ciudadanos se acuartelaban y se los iniciaba en la instrucción militar; todas las disputas políticas, tan graves, se disiparon. Estábamos dispuestos a desaparecer, no solo en el mapa sino en la realidad. Era triunfar o perecer. Ante eso, el árbitro se inhibió. Teníamos tiempo para prepararnos mejor, pero por nuestro tradicional descuido irresponsable con FF.AA., en 1942 quedamos mucho peor que con el no emitido laudo.