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Priscilla Falconi Puig | La corona y el espejo

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En mayor o menor medida, de norte a sur, los líderes del continente repiten gestos autoritarios

El 18 de octubre, Donald Trump difundió en Truth Social un video donde aparece coronado, piloteando un avión llamado King Trump y lanzando excremento sobre manifestantes que protestaban bajo el lema ‘No Kings’, una movilización que reclama el fin de los gestos autoritarios y recuerda que las democracias no tienen monarcas. 

Trump ruge más fuerte contra quienes lo incomodan que a favor de algo. Ha enviado el portaaviones más grande del mundo hacia el Caribe, acusando a Nicolás Maduro de encubrir el narcotráfico, le ha puesto precio a su cabeza y ha atacado embarcaciones, con víctimas aún sin explicación. A Gustavo Petro le revocó la visa por participar en una protesta propalestina y cuestionar públicamente la obediencia militar a su gobierno.

En mayor o menor medida, de norte a sur, los líderes del continente repiten gestos autoritarios. Lo justifican por seguridad y orden (Bukele, Noboa), por revolución (Maduro, Ortega), por moral pública (AMLO, Petro) o por libertad total (Milei, Trump). Mientras ese ruido sacude el hemisferio, en otras latitudes el poder adopta rostro de mujer.

El 21 de octubre, la conservadora Sanae Takaichi se convirtió en la primera ministra de Japón; tres días después, Irlanda eligió a la izquierdista Catherine Connolly como presidenta. En Italia, Giorgia Meloni gobierna desde 2022 con una firmeza que reproduce los códigos del liderazgo masculino: verticalidad, disciplina y nacionalismo moral. Rompe el techo de cristal, pero hereda el molde. Veremos si las recién llegadas logran moldear el poder o si el poder termina moldeándolas. El cambio se medirá por la forma en que lo ejerzan, no solo por ocuparlo.  

El populismo masculino hace bulla, se viste de épica y promete salvación. Las victorias femeninas se convierten en emblema, prometen cambio y posan. En ambos casos, el poder sigue siendo un espejo, no lo define quien lleva la corona, sino quien se refleja. 

El cambio que necesitamos no es de rostro, sino de tono; del poder que grita al que escucha, del que impone al que guía y contiene. Un poder más ético que épico, más prudente que grandilocuente. Ojalá pronto el reflejo muestre menos fuerza y más sensatez.