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Paúl E. Palacios | Pigmalión

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Las personas se convierten en lo que se espera de ellas

Según la obra de Ovidio, Pigmalión era un artista que creó una escultura en marfil, siendo a sus ojos tan hermosa, el ideal de mujer, que terminó por la fuerza de su deseo en convertirla en humana, cumpliendo el sueño de casarse con ella.

La moraleja de Ovidio es que si el calor del convencimiento por la transformación de algo es lo suficientemente grande, aún el frío mármol puede convertirse en la realidad de lo soñado.

Para los contemporáneos, la obra Pygmalion de George Bernard Shaw es quizá más fresca, como entretenida fue la película Educando a Rita, donde sir Michael Caine convierte a una mujer común en una dama deslumbrante.

Ambas obras, basadas en el mismo argumento, refuerzan el pensamiento de Ovidio: las personas se convierten en lo que se espera de ellas. Vale entonces reflexionar en la poderosa arma que tenemos con nuestros hijos, con nuestros colaboradores, con quienes de alguna manera tenemos algún grado de influencia: el poder de las expectativas de una persona en el comportamiento de otra puede obrar milagros, para el bien, y para el mal también.

¿Pueden estas expectativas pasar de lo sicológico a lo sociológico? Es decir, ¿se puede influir de forma positiva en grupos de personas tanto como en una persona en particular? Me viene a la mente el año 1992, cuando Guayaquil se había convertido en un lupanar de quien nadie se sentía orgulloso. Describir el Guayaquil de entonces podría provocarle arcadas a cualquiera, no solo por la podredumbre física, sino también por la ruindad de quienes la habían dirigido para convertirla en el chiquero que era. La tomó en sus manos Febres-Cordero y lo primero que hizo fue emprender una campaña para devolverle el orgullo al porteño por su ciudad, con el lema ‘Guayaquil vive por ti’. Evidentemente se dedicó a hacer lo que correspondía para que ese orgullo tenga sentido, pero quizá la obra más valiosa fue transformar a la gente, más allá de la obra física. El guayaquileño común no quería defraudar a quien esperaba mucho de él.

En medio del bochinche, irónicamente entre guayaquileños, que hoy vivimos, ¿habrá algún Pigmalión?