Paul E. Palacios | El experimento de Milgram

La gente está dispuesta a ir lejos en el daño a otros por temor reverencial a la autoridad
En el ambiente de enorme polarización en el país que ya traemos desde años atrás, y donde se empiezan a descubrir eventos de pasada persecución, vale la pena tomar conciencia de lo que somos capaces las personas por ‘instrucciones de la autoridad’.
Stanley Milgram, un sicólogo profesor de la Universidad de Yale, llevó adelante una serie de investigaciones experimentales sobre sicología social. En estas se ponía a prueba el comportamiento de las personas para infligir daño a otras a partir de órdenes imperativas de quien se establecía como autoridad. Para no alargar el relato, en el experimento se aplicaban supuestas (la persona no sabía que eran irreales) cargas eléctricas sobre otra persona que fallaba en la respuesta de preguntas. La persona materia del estudio era consciente del dolor que manifestaba sentir la persona que aparentaba recibir las cargas eléctricas, y pese a sus quejas y lamentos, seguía aplicándoselas. El resultado, en lo estadístico, fue espeluznante: a pesar de que en algún caso los ‘verdugos’ sentían incomodidad por su percepción de sufrimiento de la otra persona, proseguían, y en su totalidad les habían propiciado daño, y en muchos casos, mortal.
Algo interesante que comprobaron estudios posteriores, es que cuando el ‘verdugo’ tenía alguna identidad social con la víctima, su comportamiento era un poco más empático al parar la progresión de descargas.
¿Por qué es importante entender el experimento de Milgram? Porque la gente está dispuesta a ir lejos en el daño a otros por temor reverencial a la autoridad.
Más allá de educar a la gente sobre la conciencia de sus actos al recibir órdenes, y de las implicaciones legales al hacer daño, aun recibiendo órdenes, es la sociedad quien tiene que vigilar institucionalmente a los líderes para evitar que sean capaces, impunemente, de ordenar perseguir, perjudicar y en el extremo, matar a una persona.
Los experimentos muestran que, con poco rubor y sentimiento de culpa, un funcionario intermedio irá corriendo a morder cuando su amo le suelte la cadena si así se lo ordenan. Pero la justicia al fin llega, para todos.