Federico Fellini y la nostalgia

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'El placer artístico del cine, la octava maravilla del mundo contemporáneo, es profundamente enriquecedor.'

El 2 de enero se cumplieron 100 años del nacimiento del extraordinario director y guionista de cine italiano Federico Fellini, quien murió en 1993. Nacido en Rímini, desde los 19 años vivió en Roma, a donde llegó tratando de hacerse periodista, ejerciendo por tres meses de reportero del diario “Il Popolo”. 

Su talento e inclinación desde niño por el dibujo, inspirado en los cómics estadounidenses, le permitió ingresar a los 20 años al equipo editorial de la principal revista satírica italiana: MarcAurelio, donde se publicaron sus retratos cómicos y caricaturas políticas. 

Al año siguiente debutó como escritor en la radio, entrando al mundo del espectáculo e iniciándose su relación artística y afectiva con Giulietta Masina, con quien se casó en 1943, siendo desde entonces su musa inspiradora y produciendo como director una serie de películas que tendrían repercusión internacional: La strada, Las noches de Cabiria, Giulietta de los espíritus y sobre todo La dolce vita y Ocho y medio, que fueron éxitos mundiales. 

¿Quién no recuerda el beso de Anita Eckberg y Marcelo Mastroianni metidos en la icónica fuente de Trevi? ¿Quién no la enigmática y tremenda comedia negra Ocho y medio? Y las espléndidas obras de madurez del cineasta original y único: El satiricón y Amarcord. Esta última para mí la preferida y recordada con deleite y permanente nostalgia. 

El genio de la obra felliniana que tanto asombro e influencia ejerció en el cine de la posguerra incorporó mundos donde la sensibilidad se fusionaba con la melancolía y lo circense, como bien se lo ha resumido. Ese mejor Fellini que pudimos ver quizá en los lunes culturales que primero Gerard Raad y luego Jorge Suárez mantuvieron por largos años en el cine de la Casa de la Cultura

El placer artístico del cine, la octava maravilla del mundo contemporáneo, es profundamente enriquecedor, además de conmovedor y siempre mágico; nos ahorra mucha lectura y tiempo, o lo sintetiza, cuando importantes obras literarias son llevadas a ese medio. Y si se ven en la pantalla grande del cine, se disfruta la magia agregada de ese ambiente en la oscuridad, ese ligero zumbido de las cámaras, que posiblemente la técnica haya borrado; esa experiencia casi zen de aislarse del mundo y concentrarse en otro, más hondo y menos cruel, aunque solo fuera por ajeno.