Júbilo por el bicentenario

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Ahí se origina lo que nunca se ha reparado, un país dividido regional, étnica, cultural, geográficamente.

El Ecuador como país y en especial la región costa, que con excepción de Esmeraldas formaba el entonces Departamento de Guayaquil, tienen suficientes razones para recordar y celebrar con la mayor alegría y júbilo los 200 años de la proclama de independencia de Guayaquil y su zona de influencia, que comprendía las provincias de Manabí, El Oro, Los Ríos y Santa Elena, las cuales se sumaron solidariamente a la liberación departamental, al igual que también lo hizo el Austro.

El hecho memorable amerita que sea valorado en su justa dimensión histórica. Se necesitan convicciones firmes para tomar una decisión de la magnitud de la asumida por los ilustres próceres del 9 de Octubre de 1820, liderados por un estadista de la talla de José Joaquín de Olmedo, que poseía los ideales, la formación ciudadana y política para comprender a cabalidad el reto que asumió y los incuantificables réditos que significaba para los pueblos beneficiarios de su ejemplar patriotismo.

Hoy disfrutamos de ese incomparable bien por el que la humanidad luchó a lo largo de la historia, la libertad, sin la cual se vive con la peor de las condenas: temor, sumisión, orfandad de civismo, prisioneros de déspotas abusivos. Actualmente podemos opinar sin ningún tipo de coacción, de amedrentamiento, de ultrajes a nuestra dignidad; ese es justamente el inmenso legado de la gesta de hace dos siglos.

Es pertinente aquilatar en su verdadera trascendencia esta epopeya heroica, sin duda la que da origen al nacimiento del Ecuador como país soberano, libre de coloniaje. Guayaquil, como siempre, obró con desprendimiento generoso, al contribuir posteriormente a la independencia del Departamento de Quito. En 1822, Guayaquil fue anexado a la Gran Colombia, desconociendo el verdadero deseo de sus libertadores de formar un Estado independiente. Ahí se origina lo que nunca se ha reparado, un país dividido regional, étnica, cultural, geográficamente. El sueño de Octubre de 1820 sigue palpitando como un anhelo de quienes aspiramos vivir en un país con alma nacional, que reconozca sus diversidades y derechos territoriales autónomos.