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Imperio del cinismo

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"Ese tipo de conductas cínicas que los ecuatorianos observamos con algo de incredulidad y mucha repugnancia, se está instalando peligrosamente en el país"

En el amplio y fecundo filosofar de los griegos (a. C.), al buscar desentrañar los enigmas de la vida y la naturaleza, la heterogeneidad de los comportamientos humanos legó a la posteridad lecciones de la sabiduría de Sócrates, del idealismo académico de Platón, del apego a la lógica y las virtudes de Aristóteles, la teoría de las permanentes mutaciones de Heráclito, la inclinación por el placer de los epicúreos, la priorización de lo moral de los estoicos. También advirtieron la existencia de la escuela de los cínicos de Antístenes y Diógenes, promotores del sofisma, el engaño, la procacidad, el descaro.

Ese tipo de conductas cínicas que los ecuatorianos observamos con algo de incredulidad y mucha repugnancia, se está instalando peligrosamente en el país, a través de bandas organizadas dedicadas a robar el dinero de sus habitantes, sabiendo que cuentan con la connivencia de funcionarios, jueces, fiscales, defensores, que sin escrúpulo alguno juegan con la salud y la vida de gente que suplica ser atendida en sus dolencias, mientras se compran medicinas con descomunales sobreprecios, en exagerados volúmenes que no se requieren, pero no hay las que se necesitan. Para colmo de males, se roban la medicina que venden con sobreprecio para luego revenderla públicamente a precios inalcanzables. Igual acontece con el tráfico de carnés a personas con discapacidad, se entregan con facilidad a quienes no tienen limitaciones y les es una difícil odisea obtenerlo a quienes tienen derecho.

Un Estado donde quedan impunes la insolencia y la libertad de hacerlo, terminará por hundirse totalmente en el abismo que señalaba Sófocles. En esta triste realidad ecuatoriana, el saqueo a los fondos públicos permite contratar abogados, que olvidan que el derecho a la defensa no puede ser confundido con el uso de artimañas, dilaciones, mentiras, que conspiran contra la administración de justicia, buscando confundir deslealmente a la sociedad y al juez, que deben confiar en lo que les dicen. Eso está muy lejos de un profesional del Derecho; para ser partícipe de negociados no se necesita ser abogado.