Mauricio Velandia: Un robot nunca será electo como Papa

Los malls como estructuras físicas se reinventan como espacios híbridos, donde los empleados serán, cada vez más, robots
Durante siglos soñamos con crear seres a nuestra imagen y semejanza. Hoy ese sueño se vuelve rutina.
Según las noticias, China ya supera a Estados Unidos en la producción de humanoides: robots con forma humana, capaces de caminar, cargar, interactuar y, algún día, quizás, juzgarnos.
Para 2050 se estima que dos de cada tres personas convivirán diariamente con un robot. Basta con observar lo ocurrido recientemente en el maratón de Pekín, donde compitieron robots que lograron llegar a la meta tras dos horas de trote.
Los humanoides ya no son fantasías de ciencia ficción: son el epicentro de una nueva reconfiguración global -económica, política y tecnológica- que marca el pulso del mundo contemporáneo.
Mientras celebramos la era digital, los centros comerciales -aquellos que creímos obsoletos- están reviviendo. Si bien las compras en línea han ganado terreno, los malls como estructuras físicas se reinventan como espacios híbridos, donde los empleados que nos reciben, orientan, cobran y despiden serán, cada vez más, robots de sonrisa programada.
Pero vayamos con cuidado: no es solo un fenómeno comercial. Es un reordenamiento de las jerarquías laborales y migratorias. Hoy, ante la escasez de mano de obra en servicios, los jóvenes africanos se han vuelto una fuerza atractiva en múltiples latitudes, ocupando espacios que durante décadas fueron dominados por migrantes latinos en supermercados, hoteles, bodegas y restaurantes. Por necesidad, el mundo empezó a valorar la mano de obra africana. Sin embargo, esta ventana de oportunidad se está cerrando: a medida que los humanoides perfeccionan su capacidad de operar en ambientes de servicio básico, la dependencia de la migración laboral disminuirá drásticamente.
Latinoamérica, y particularmente Ecuador, deben entender esta transición con urgencia. El reto no será competir contra la automatización del servicio: será dar el salto a profesiones de conocimiento, tecnología y creatividad, donde los robots aún no alcanzan ni comprenden.
El futuro del humano será crear aquello que las máquinas no pueden sentir ni imaginar.
Y mientras esto ocurre en la Tierra, la colonización espacial se escribe también en metal: antes de plantar colonias humanas en la Luna o Marte, serán los humanoides quienes soporten temperaturas letales, radiación cósmica y gravedad hostil.
Detrás de esta revolución silenciosa se libra una guerra aún más decisiva: la guerra de los chips.
Estados Unidos ha impuesto restricciones severas a la exportación de microchips avanzados de Nvidia hacia China, sabiendo que quien controle los cerebros de silicio controlará también los ejércitos de metal.
El desafío contemporáneo es evitar que un solo Estado concentre tecnologías capaces de alterar el balance geopolítico mundial. Por eso, el antitrust del siglo XXI no defiende solo consumidores: defiende civilizaciones.
Gran cambio en la materia: defender la eficiencia en la soberanía y no la eficiencia en la libertad de entrada.
Quien domine el alma de las máquinas, dominará el próximo orden global.
Y mientras tanto, nosotros, aún orgullosos de ser de carne y hueso, podemos afirmar con seguridad: un robot nunca será elegido como Papa.