Mauricio Velandia | Las mujeres facturan
El poder está cambiando de textura. La autoridad se vuelve más estratégica, menos teatral
Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan, canta Shakira en un estadio completamente lleno. Dos mujeres la escuchan, mientras un amigo las acompaña con una sonrisa irónica. Comentan que ahora el mundo parece gobernado por mujeres. Italia, México, Irlanda, Japón, tienen una mujer al mando. Uno de ellos dice que es pura coincidencia, pero otra lo interrumpe con firmeza. No es coincidencia, dice, es consecuencia. La historia está girando.
Y es cierto. Italia tiene a Giorgia Meloni, que llegó al poder con la energía de quien no pide permiso. Su discurso mezcla identidad, soberanía y maternidad política. Es nacionalista y pragmática, pero nadie puede negarle coraje ni convicción. En México, Claudia Sheinbaum gobierna con el rigor de una científica que confía más en los datos que en los aplausos. Heredó un proyecto y lo está transformando en método. En Irlanda, una mujer dirigirá una nación que aprendió a reconciliar fe y diversidad, cuestionando la geopolítica actual y recordando que la ética también puede ser política. Y a Japón, un país que veneraba el silencio y la jerarquía masculina del samurái, llega una primera ministra que rompe una tradición milenaria y demuestra que el poder puede ser femenino sin dejar de ser japonés.
El amigo, escéptico, pregunta si esto es moda o cambio real. La otra mujer responde con paciencia. China ya tuvo una emperatriz; le recuerda a Cixi, que gobernó medio siglo entre eunucos y conspiradores. Fue temida y vilipendiada, pero sostuvo a un imperio entero cuando todo amenazaba con derrumbarse. Europa tuvo a Margaret Thatcher, la Dama de Hierro que enfrentó guerras, sindicatos y prejuicios con una frialdad que aún incomoda. Ninguna de las dos pidió disculpas por mandar. Ambas terminaron solas, pero dejaron huellas que aún definen la idea del liderazgo.
El hombre asiente en silencio. Piensa en Merkel, en Bachelet, en Jacinda Ardern. Piensa que tal vez el poder femenino no busca imitar, sino transformar. Que mientras los hombres históricamente han gritado el mando, las mujeres parecen ejercerlo en voz baja, con menos espectáculo y más propósito. El poder está cambiando de textura. La autoridad se vuelve más estratégica, menos teatral.
Muchos estudios confirman que los gobiernos encabezados por mujeres tienden a mostrar menor corrupción y mayor consistencia. Pero el precio del poder sigue siendo el mismo. Cixi murió sola en su palacio. Thatcher fue derrocada por los suyos. Bolívar murió sin patria. Napoleón en una isla. Bush en el silencio. La soledad, dicen, no distingue género. Quizás el poder, en manos femeninas, dejará de ser la guerra del ego y se convertirá en la administración de la conciencia. No se trata de ternura, sino de equilibrio. De gobernar sin gritar. De mandar sin destruir.
China ya tuvo una mujer. Italia y México también. Irlanda y Japón se suman. Falta Rusia. Falta Estados Unidos. Pero el rumbo está trazado. Tal vez eso es lo que hace falta, un nuevo tono para el poder. Uno que escuche antes de imponer.
Y cuando la canción se apaga, el hombre levanta el vaso y dice que el poder refleja la época y revela la soledad de quien lo sostiene. Una de las mujeres sonríe y responde que lo importante acá es que el gobierno, de hombre o de mujer, no se sal-pique. Cambia la canción. El estadio tararea TQG. Entra Karol G. El presidente baila.