Mauricio Velandia | Economía de Trump

Trump no ofrece teorías. Él ofrece aranceles y renegociaciones. No prometió curvas, prometió empleos
En mi último viaje a Nueva York me encontré con la vieja fábrica de Domino Sugar en Brooklyn, hoy convertida en parque público. Lo que alguna vez fue un emporio industrial protegido por políticas arancelarias, ahora es un espacio cultural. La pregunta es, fue Domino un monopolio protegido por el Estado, un campeón nacional que aseguró soberanía alimentaria, o las dos cosas al mismo tiempo?
La economía de Donald Trump se entiende mejor a través de este tipo de paradojas. Porque mientras los economistas discuten entre sí desde hace siglos, Trump optó por gobernar como empresario. Economía visible, pragmática, y a veces ruda. El debate no es nuevo. En el siglo XVIII los clásicos se enfrentaron a los mercantilistas. En el siglo XX, los keynesianos y los monetaristas se acusaban de provocar crisis. En décadas recientes, unos defendieron expectativas racionales y mercados eficientes, otros apostaron por la economía conductual.
El contraste con Trump es radical. No convoca a comités para buscar consenso. Él toma decisiones. Subió aranceles, renegoció tratados y anunció soberanía económica en discursos que irritaron a las élites. Una encuesta del Centro Clark en la Universidad de Chicago muestra que casi ningún economista considera ‘buena idea’ subir tarifas de importación. Y sin embargo, millones de votantes en Michigan o Wisconsin aplaudieron cuando vieron fábricas reabrir. Los números no cuentan una historia lineal. Hoy se tiene que el déficit comercial con China se redujo en algunos rubros, pero no desapareció. La industria automotriz recibió oxígeno, pero tienen los consumidores precios más altos. Los economistas hablan de curvas, los votantes de salarios.
Domino Sugar emplea a más de 5.000 personas directas y decenas de miles indirectas pero al mismo tiempo, la obesidad y la diabetes son epidemias nacionales. El proteccionismo del azúcar costó a los consumidores miles de millones en sobreprecios pero garantizó que un insumo básico no quedara en manos de importaciones inciertas.
Difícil afirmar si ello es ineficiencia o soberanía. El caso Domino condensa la discusión sobre el rol de la empresa en la economía nacional. No puede ocultarse la creación de empleo con puestos directos e indirectos en EE.UU. y el Caribe. Otorgó ingresos para zonas rurales sin alternativas productivas. Aseguró el azúcar como insumo estratégico y su antigua planta en Brooklyn hoy es un parque público, legado cultural. Se le critica al producto la obesidad, diabetes, costos hospitalarios y la concentración económica, siendo un mercado protegido con pocos competidores. Lo mismo que Domino se puede decir de la industria del acero, del gas, de los semiconductores. Todo campeón nacional es al mismo tiempo símbolo de soberanía y fuente de distorsiones.
Trump no inventó el proteccionismo. EE.UU. protegió su acero, su agricultura y su tecnología durante décadas. Lo que hizo Trump fue decirlo sin pudor. Los aranceles no eran un error técnico sino una estrategia de poder. Su mensaje ha sido más político que económico, y esto es: sin campeones nacionales no hay defensa, no hay industria, no hay soberanía.
Los académicos se indignaron. El libre comercio, argumentaron, ha probado ser el camino al crecimiento. Trump no ofrece teorías. Él ofrece aranceles y renegociaciones. No prometió curvas, prometió empleos. En política, el dato económico importa menos que la percepción social. Y Trump logró instalar la percepción de que defiende lo propio.
Su economía me gusta. Era de los campeones nacionales protegidos. La pregunta es si algún país puede sobrevivir sin campeones nacionales… cuando todos los demás protegen los suyos.