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Martín Pallares: ¿En serio van a censurar a Gonzalo Albán?

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Lo quieren fuera porque puede hacer ruido sobre las órdenes inconfesables que el Gobierno pueda dar a ese organismo

¿Hasta cuánta honestidad intelectual está dispuesto a renunciar un asambleísta de ADN por cumplir una orden de Carondelet? ¿Hasta dónde puede vender su conciencia? La interrogante viene a cuento a propósito del juicio que el oficialismo le ha interpuesto a Gonzalo Albán, consejero del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, Cpccs. Se trata del juicio más deshonesto en la historia de los juicios políticos de la Asamblea Nacional.

Lo único que puede mover a un asambleísta a votar por la censura de Albán es creer en aquella máxima que representa lo más ignominioso de la humanidad: el fin justifica los medios. Y en este caso, el fin es sacar, sea como sea, a Albán del Cpccs: ahí, él es incómodo para que se cumpla, sin sobresaltos ni mucho ruido, la agenda de Gobierno.

Para censurarlo, a Albán lo acusan de haber estado afiliado a un partido político al momento de candidatizarse para el Cpccs (cosa prohibida en la ley) y la prueba que se ha presentado es el voto salvado (uno de cuatro) de una sentencia del Tribunal Contencioso Electoral, TCE, que halló que la afiliación que inhabilitaba a Albán era más chimba que billete de tres dólares: no llevaba la firma de Albán, tampoco su huella dactilar y peor su consentimiento. Esa sentencia del TCE, con voto salvado y todo, dejaba sin efecto, es decir borraba del mapa el informe del CNE, que no se percató de la falsedad de la ficha de afiliación de Albán.

A Albán no lo quieren sacar del Cpccs por su voto, pues el Gobierno ya tiene mayoría en ese organismo y puede hacer lo que le dé la gana ahí. Lo quieren fuera porque puede hacer ruido sobre las órdenes inconfesables que el Gobierno pueda dar a ese organismo. Lo quieren fuera porque no es como ellos: no va a vender su honestidad intelectual por un plato de lentejas. Albán es, además, un contraste vergonzoso para la camada de políticos que hacen el Gobierno: tiene opinión y no tiene rabo de paja. Eso lo hace diferente a ellos y eso no les conviene. Por eso, la orden es hacer lo que sea para sacarlo del medio. ¿Estarán dispuestos los asambleístas de Daniel Noboa a vender cualquier residuo de honestidad intelectual que tengan para cumplir con la necesidad de sacarlo? ¿Podrán llevar sobre sus conciencias el haber actuado en contra de cualquier síntoma vital de ética y honestidad? Veamos.