Columnas

Gracias a Dios

"Sí, la verdad es que no creo en un Dios de estampita. Creo en uno que camina con nosotros y no solo los domingos"

Me ha resultado un poco difícil redactar este texto. Lo confieso. Pienso que me tocaría hablar de la violencia contra la mujer y del cinismo social que existe para tratar este tema, lo que no permite ver que cada 72 horas en este país se comente un femicidio.

También cabría escribir acerca de la sinvergüencería de la Asamblea Nacional, que sin un gramo de autoridad ética destituyó a la ministra de Gobierno, quien en octubre del año pasado dio la cara por el Estado ecuatoriano, informando por qué y para qué tomaba decisiones, mientras el Legislativo mantuvo tan bajo perfil que lucían estar escondidos muertos de miedo.

Otra opción, cívica e histórica, que tanto hace falta por cierto, sería hablar del Día del Himno Nacional del Ecuador, que se celebra el 26 de noviembre, y de Juan León Mera, que tanto aporte nos ha dejado.

Pero esta mañana me preguntaron, hablando de la pandemia y de todo el dolor que está dejando, si a pesar de todo esto yo sigo creyendo en Dios.

Mi respuesta inmediata fue sí. ¿Crees, en serio? Sí, creo en un Dios de vivos y no de muertos, en un Dios de experiencia y no de catequesis, en un Dios que invita y no castiga. En un Dios que hizo un mundo perfecto y que a pesar de que nuestra libertad lo estropea, nuestra vagancia espiritual nos empuja a idolatrías y a apegos de brillo y poder, y de que reducimos nuestro interior a solo sacar la cabeza para los ritos, Él sigue allí; llega primero a nuestras citas, amándonos primero.

Sí, la verdad es que no creo en un Dios de estampita. Creo en uno que camina con nosotros y no solo los domingos. Sí, creo en un Dios que nos ama con un amor insondable, en uno que no solo llora conmigo, sino que me acompaña a burlarme de mí misma, todas las veces necesarias que, entre risas, logro no tomarme tan en serio.

Nada podría ser más serio que decirle en este Día de Acción de Gracias: Sí Señor, gracias por amarnos más allá del tiempo, más allá de nuestro barro, y gracias por todo, incluso por lo que aún no nos regalas.