Columnas

La Contraloría (IV)

Afrentosa fue la declaración del ex primer ministro japonés Shinzo Abe, al expresar que “los viejos son un estorbo y deben desaparecer, pues por su edad y los males que los aquejan, son una verdadera carga presupuestaria para la nación”.

Siendo uno, saldré en su defensa para recordar a los “jóvenes”, no solamente que pisarán un día las baldosas de la decrepitud, sino el intrínseco valor de nuestras canas, al haber acumulado vivencias, conocimientos y experiencias altamente rentables para cualquier nación y que por nuestra condición, somos una especie de historia viviente, colmada de hechos valiosamente acumulados e imposibles de ser adquiridos en un mercado o en una discoteca.

Para nosotros, la Contraloría General del Estado era un edificio que guardaba celosamente a una casta privilegiada de ecuatorianos, en cuyas manos se encontraba el control de las actividades administrativo-financieras de todas las instituciones del Estado, cuyos cometidos debían cumplirse a cabalidad, demostrando siempre la corrección y transparencia de sus actos.

Con gran orgullo vimos desfilar por ella, entre otros a: Juan Carlos Faidutti, Alfredo Corral Borrero, Hugo Ordóñez Espinosa, Marcelo Merlo Jaramillo, Oswaldo Molestina Zavala, cuya presencia fue motivo de verdadero beneplácito y seguridad absoluta para los ecuatorianos.

Al enfrentar la realidad de hoy, nadie discutirá cuán fértil fue la gestión de aquel que con perversa habilidad, logró hacer penetrar en el genoma de los ecuatorianos el gen de la corrupción, que se expandió con una velocidad y penetración estrepitosas, contaminando a casi todo ciudadano de la patria para convertirlos en crápulas, carne de penitenciaría o en verdaderas lacras o bazofias humanas.

Hoy, al margen de las reivindicaciones comerciales, industriales, educativas, sanitarias o sociales, es imperativa la recuperación moral de los ecuatorianos, para volver a ser los pilares nacionales de un comportamiento provisto de una actitud acorde con los principios morales clásicos y bajo un respeto absoluto de nuestros valores éticos y tradicionales.

Y sigo andando…