Juan Carlos Díaz Granados | Paz, ¿a qué costo?

El terrorismo jamás es justificable, y tampoco lo es la debilidad del Estado frente a la extorsión
A la fecha en que escribo esta columna, el paro nacional parece haberse levantado, al menos parcialmente, y el Gobierno anuncia acuerdos con sectores de Imbabura. Sin embargo, la Conaie, aunque dice respetar esos pactos, advierte que sus demandas son de carácter nacional. El conflicto, por tanto, no ha terminado: solo ha mutado. La pregunta sigue siendo la misma: ¿paz, a qué costo? Porque una paz sin justicia no es paz, es apenas una tregua, y el Ecuador ya ha sobrevivido demasiadas treguas disfrazadas de reconciliación.
Durante días, el país fue escenario de actos violentos: carreteras bloqueadas, explosivos en puentes y vehículo, daños a la producción, agresiones a inocentes y destrucción de bienes públicos y privados. No fueron expresiones de legítima protesta social, sino acciones organizadas para imponer el caos y condicionar al Estado. Hoy, quienes vulneraron derechos constitucionales y cometieron delitos penales parecen caminar hacia la impunidad, mientras el país celebra una calma que podría ser efímera.
Si no hay sanción, la ley se vacía de contenido. Quien no recibe castigo es proclive a reincidir, y la impunidad se convierte en una espada de Damocles sobre la sociedad civil. No se puede construir estabilidad cuando el mensaje que se envía es que la violencia paga.
Lo más grave es que esta vez no hubo una causa justa: se defendían intereses ilegítimos. Durante años, el subsidio al diésel alimentó negocios ilícitos —contrabando, narcotráfico, minería ilegal, lavado de dinero—. La eliminación de ese privilegio afectó a los verdaderos beneficiarios del caos, y son ellos, no los sectores populares, quienes hoy financian la desestabilización.
El terrorismo jamás es justificable, y tampoco lo es la debilidad del Estado frente a la extorsión. La paz auténtica no se decreta ni se pacta: se construye sobre justicia y legalidad. Si el país vuelve a confundir tranquilidad con rendición, repetirá el ciclo de su propio deterioro. La verdadera paz empieza cuando la impunidad termina.