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José Molina Gallegos | El fraude sin toga

Las razones que motivaron a este cambio: no ser tramposos

Ha sido común escuchar, en materia legal, especialmente en lo penal, que en un proceso se busca atribuir responsabilidad penal a autores, cómplices y encubridores.

Esta última categoría o grado de responsabilidad -el encubrimiento - ha desparecido desde hace casi diez años en nuestra legislación, pues dejó de ser un grado de responsabilidad penal para convertirse en un delito autónomo, independiente, llamado fraude procesal.

El encubrimiento se daba cuando se conocía sobre la conducta delictuosa de una persona y con ello se le suministraba alojamiento o escondite, o se le proporcionaban los medios para que se aprovechen de los efectos del delito cometido.

Además de lo mencionado, es necesario comentar una acertada situación de orden legal incorporada recientemente en nuestra legislación en referencia al llamado fraude procesal, y esto se da cuando se castiga a quien por cualquier medio fraudulento induzca en error a un servidor público o árbitro para obtener una sentencia, laudo, resolución o acto administrativo contrario a la ley.

Antes de la vigencia de esta norma, únicamente se podría cometer esta forma de fraude cuando el engaño se lo producía al juez, ahora, se extiende es a cualquier funcionario público.

Las razones que motivaron a este cambio: no ser tramposos. No engañar, no solo al juez, sino a cualquier funcionario público para tratar, mañosamente, de obtener resultados a favor; en otras palabras, no hacer alarde de la viveza criolla por la que nos creemos ‘vivísimos’ para lograr objetivos personales.

Ahora, quien incurra en estas conductas enfrentará privación de libertad de tres a cinco años e inhabilitación para el ejercicio de derechos y funciones públicas de cinco a ocho años. Hay que pensar bien lo que se va a hacer y las consecuencias de esos actos.

Es oportuna la reforma, pues no es dable, aceptable, ético, y ahora también es ilegal, pasarnos de vivos en esos términos. Debemos ser correctos, y eso empieza -claro está- desde niños y con cosas elementales: aprender a no meterse en la fila, saltarse un turno, no acelerar en el paso cebra… aprender a vivir en comunidad. Es claro y sencillo.