José Molina Gallegos | El poder de la palabra
Es importante reflexionar sobre el valor del buen nombre, al cual lo protege la ley, y más aún cuando es ajeno
Sin duda, el derecho a la libertad de expresión recogido en el art. 390 de la Constitución es fundamental. El expresarse es un derecho inherente al ser humano y a su condición de ser libre.
Veía, hace pocos días, un reportaje sobre Corea del Norte en el que el dictador Kim Jong-Un, no solo prohíbe y controla -a través de un perverso aparataje estatal-, entre otros, la libertad de culto y de convicción política. En la última elección, que dizque fue libre, ganó con el 100 % de los votos; y ni qué hablar de la libertad de expresión.
De ese ejemplo tan vergonzoso, en pleno siglo 21, reprochable bajo todo punto de vista, pasamos a los ‘ligeros de lengua’: los que hablan de todo, critican todo, saben de todo y tienen a su mano internet y, con ello, redes sociales (que bien usadas, valga la pena anotar, tienen gran utilidad y nos acercan el mundo). Pero de ello no comentaremos por el momento.
Ahora reflexionemos sobre los juzgamientos y linchamientos por redes sociales. Lamentablemente, a una persona literalmente le pueden arruinar la vida por sabelotodos que sentencian por redes sociales antes que un juez lo haga. Frases consabidas como “sí ha de haber sido…”, “pero si todo el mundo conoce…”, “pero si todo el mundo sabe…”, constituyen juicios de valor anticipados, que a menudo se presentan sin conocer a fondo de un tema o situación, y eso sin hablar de los ‘odiadores en las redes sociales’, que se encargan de hacer alarde de la frase bíblica de ver la paja en ojo ajeno, sin ver la ver la viga que hay en el propio. Estos son comunes denominadores en redes sociales; comentarios públicos y privados.
Es importante reflexionar sobre el valor del buen nombre, al cual lo protege la ley, y más aún cuando es ajeno. Es un derecho el opinar, pero cuando lo hagamos, que sea con conocimiento de causa, sabiendo y conociendo de qué y por qué hablamos. No hablar por hablar, que obligatorio no es. Recordemos que antes de poner la lengua en movimiento hay que poner el cerebro en funcionamiento: meditar antes de hablar y evitar decir algo de lo que nos arrepintamos, especialmente cuando estamos influenciados por las emociones, pues las palabras tienen poder y pueden causar daño o traer consecuencias negativas. Además, dañar el buen nombre puede incluso llevar a la cárcel a quien lo hizo.