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José Molina: El espejismo del castigo

Si no empezamos ya, lo único que seguiremos construyendo son cárceles más grandes y sociedades más rotas

En 1992, mientras cursaba mis primeros años en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Católica, trabajé en los consultorios jurídicos del expenal García Moreno. Ahí conocí a personas que habían delinquido por múltiples razones: ser arrastradas por sus propios padres, buscar lujos que no podían alcanzar, o simplemente por sobrevivir. Historias complejas, más humanas que monstruosas.

Hoy, tras décadas en el ejercicio del derecho penal, confirmo una verdad incómoda: el derecho penal no alcanza. Y, sin embargo, insistimos en usarlo como único remedio frente al desmoronamiento social. El derecho penal no soluciona todo.

Vivimos inmersos en un clima de populismo punitivo, esa peligrosa ilusión de que más delitos y penas más severas resolverán la crisis. Aumentamos condenas con la esperanza de contener el miedo, pero solo agrandamos el abismo.

No se trata de negar la gravedad de la violencia actual. Asesinatos, extorsiones, bombas, impunidad. La indignación es legítima. Pero creer que el castigo es la única respuesta, entregarle toda la responsabilidad al derecho penal, es renunciar a las soluciones estructurales.

¿Estamos preparados para rehabilitar? ¿O simplemente encerramos y olvidamos? Nuestro sistema penitenciario no resocializa: hacina, corrompe, profundiza. Las cárceles se han convertido en fábricas del crimen.

El derecho penal tiene límites. No repara, no educa, no reinserta (aunque legal y doctrinariamente son sus fines), y lo que la sociedad ha dejado de sembrar -valores, oportunidades, justicia social- no lo puede resolver un juez ni una sentencia.

La solución exige algo más incómodo: educación, prevención, inversión. No se construye de la noche a la mañana, pero si no empezamos ya, lo único que seguiremos construyendo son cárceles más grandes y sociedades más rotas.

Gracias a Diario EXPRESO por este espacio semanal que asumo con el compromiso de ofrecer una opinión crítica, pero siempre propositiva.

Pensar distinto es el primer paso para transformar.