Columnas

El país aúpa la farsa política

No hay remedio. Este país pequeño, sin enormes ventajas para pelear en el concierto internacional y con problemas acumulados desde hace décadas, vive la ficción de tener un océano de posibilidades políticas

No es nuevo: sencillamente ha empeorado. Ya se sabía que los partidos políticos eran siglas con gerente propietario. Que a cada elección buscan desesperadamente rostros para poner en la papeleta: gente del espectáculo, reinas de belleza, jugadores de fútbol, periodistas adictos, en casos, a la puerta giratoria. Hoy político, mañana periodista, pasado político…

Todo eso se sabía. Y muchos se preguntaban qué otra señal podrían producir esos cascarones vacíos que, además, son de alquiler. Pues esa podría ser la novedad en esta elección: comprobar que también las siglas son una farsa. Se dirá que no es nuevo y que, por ejemplo, Alexis Mera y otros impresentables del correísmo se dijeron socialistas. Entonces un socialista, con un pasado militante y un alto nivel de credibilidad, como Enrique Ayala Mora, podía sonreír.

¿Y ahora? Su partido, el Partido Socialista Ecuatoriano, acaba de reclutar a Pedro Freile -a las antípodas ideológicas por lo que dijo en la presidencial 2021- como candidato a la alcaldía de Quito. En Guayaquil, su partido está buscando una alianza con un político descalificado como Jimmy Jairala.

Por supuesto, se puede argüir, como lo hace Gustavo Vallejo, presidente de ese partido, que es necesario dialogar entre diferentes porque, de lo contrario, es imposible “construir un proyecto nacional”. El problema no es reconocer la fanesca política nacional. Es reconocerla solo para hacer las listas electorales que dejan intocadas las divisiones ideológicas que, como se comprueba, son ficticias. Y los partidos que se entregan a este ejercicio -todos en realidad- no lo hacen, como dijo Freile, por un “proceso de unidad” o como “ejemplo de reconciliación”. Lo hacen para tratar de obtener el porcentaje de votos previsto en el Código de la Democracia. Sin él, perderían su personería jurídica.

Es eso, y también la codicia de ganar poder a cualquier precio. Pachakutik ofrece una prueba al anunciar a Jorge Yunda para la alcaldía de Quito. La Izquierda Democrática hace lo mismo al haber escogido, como candidato para el mismo cargo, a Inty Grønneberg. Él fue cheerleader de Andrés Arauz, el candidato del correísmo que compitió con la ID por la presidencia de la República. Ahora es funcional a la ID que acaba de perder a Xavier Hervas, que creían era su mejor carta electoral.

Cálculos pírricos, vanidades mal administradas y mentiras ideológicas producen 279 organizaciones políticas en el país: 6 partidos, 11 movimientos nacionales, 69 provinciales, 174 movimientos cantonales y 19 parroquiales. Un mar de siglas que convierte las elecciones no en un dilema conscientemente madurado por los electores sino en un juego de lotería en el cual participan, al lado de unos pocos ciudadanos decentes, avivatos, delincuentes y ahora seguramente empleados del narcotráfico. Hay tanta oferta que nadie tiene tiempo para saber quiénes son realmente los rostros de esas sábanas en que han mutado las papeletas.

No hay remedio. Este país pequeño, sin enormes ventajas para pelear en el concierto internacional y con problemas acumulados desde hace décadas, vive la ficción de tener un océano de posibilidades políticas. Así los electores cuidan el negocio de los políticos. No entienden que el margen de maniobra económico es poco y que políticamente hay, en esencia, un dilema central: vivir en democracia en una república, o dar paso al bloque antidemocrático dirigido por Rafael Correa y Leonidas Iza. Lo demás es música celestial que tocan los políticos trepados en diferencias que son montajes. Esa farsa con apoyo popular goza de buena salud.