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Nebot liquida a Nebot

Avatar del José Hernández

Volverse indispensable y omnipresente para un político es una forma de acariciar el ego mientras erosiona el presente y liquida el futuro de su partido’.

Más allá de todo está la historia y la memoria; esa doble dimensión contradictoria y antagónica, pero que siempre trota en la mente de los políticos. Y la historia y la memoria son, precisamente, dos grandes problemas para Jaime Nebot. Lo demostró en la forma en que quiso tallarse un perfil histórico antes de abandonar la Alcaldía de Guayaquil.

Guayaquil fue su sueño de trascendencia, tras haber experimentado, con mucha amargura, su paso por el Congreso y, luego, en 1996, su derrota ante Abdalá Bucaram. Quito fue una experiencia sombría. Siempre lo ha dicho. Su derrota presidencial fue un golpe no solo político: no entendió -y eso lo acompaña- cómo el país pudo preferir a Bucaram.

Volver a Guayaquil, caminar entre la gente sintiéndose acogido, estar con su familia fue un proyecto de vida. Y un proyecto político en el cual quiso ser reconocido y celebrado como el mejor alcalde y, además, de la ciudad más poblada -en ese momento- del país. Ahí afincó su deseo de poner su apellido a su legado.

Ese sueño habría sido factible si Nebot hubiera puesto fin a su carrera política. No lo hizo. Se retiró solamente de la escena presidencial que le fue esquiva sin remedio. Y se consagró con esmero a aquello que tanto odió en Quito y que, entonces y ahora, cercena el legado que quiso heredar: una práctica política que le resulta peliagudo explicar.

Por un lado están los principios en que dice inspirarse, y por otro esas acciones de baja estofa en las cuales su partido se da la mano con el correísmo. Por un lado están los recuerdos de días de movilización contra el correato, y por otro su alianza indeclinable con el prófugo que ahora llama coincidencias. ¿Tiene diferencias con la mafia correísta? Por supuesto. ¿Y qué hacer, por ejemplo, con esa convergencia innegable en querer capturar, a como dé lugar, el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social? ¿Acaso no se nota esa pulsión incontenible por tener autoridades de control a su servicio? ¿Tiene tanto que esconder?

Nebot veía a aquellos que le criticaban como activistas a sueldo de otros partidos. Ahora, aquellos que lo cuestionan -caricaturistas incluidos- son pobres diablos que le tenían pánico a Correa, cuando él lo encaraba. O le lamían los zapatos. Son sus palabras. Penosa falacia que muestra los límites que está tocando.

El hecho cierto es que Nebot emprendió, por las razones que sea, una cruzada contra sí mismo. No suelta la alcaldía, su partido mantiene esa vocación casi genética de querer gobernar desde la Asamblea y de dominar, ahora con el correísmo, los organismos de control. Es evidente que en estas tareas no hay un mero interés político. Por eso, Nebot se ha vuelto indispensable para él y para parte del aparato socialcristiano que hizo carrera con él y copió sus prácticas.

Volverse indispensable y omnipresente para un político es una forma de acariciar el ego mientras erosiona el presente y liquida el futuro de su partido. Nebot lo está haciendo. El PSC es su propiedad y no hay señal alguna de que quiera entregar el testigo. La campaña para las seccionales muestra que se produjo un desgrane en sus filas y que el predominio electoral que tuvo en Guayas y Guayaquil está en entredicho. El PSC ha perdido, además, cuadros que aspiran a jugar en las grandes ligas, como Cristina Reyes o Henry Cucalón. Hay decadencia en el ambiente.

Nebot procede como si no se notara lo que hace él o hace su partido. Convencido de que su discurso -siempre ajustado- lo justifica. No asume que aquello que se nota lo convierte -lo mismo que a Correa- en ícono y dueño de la desesperanza nacional.